SUEÑOS BLANCOS, Carmen Larraburu, participante del taller

{ viernes, 15 de octubre de 2010 }

Me preparo para salir con  6  camellos blancos. Los observo  pastando en el jardín de Lila.  El día es espléndido. Los  camellos me miran con sus desorbitados ojos y no dejan de jadearme  en la cara. Me causa gracia y ternura.
Uno a uno los acaricio; ellos  se agachan,  de esta manera nos permiten  subir a su altísimo lomo.
En un instante forcejeo con el moisés, me cuesta introducirlo entre las jorobas del animal. Con dos cuerdas que van y vienen por la panza aseguro el viaje de la beba.  Desde el amanecer, ella continúa dormida
Otra de  mis hijas  no deja de tirarme de la pollera insistentemente.  Teme que la dejemos. Subo a Andrea y con un beso muy ruidoso me despido de ella.  La   coloco a caballito del animal.  Se queda tranquila mirando como ordenamos la salida.
Fernanda,  la hija del medio,  se alegra y juega entre las patas del camello.  En punta de pies,  con sus bracitos en alto,  pide que la suba. Así lo hago. Está  feliz,  saluda  ¡No sé a quién! Se despide ¡No sé de qué!  
Mi amiga Maria Isabel  está preparando los bolsos para acomodarlos en el camello más petiso de la manada. El color beige  del pelo  denota su extrema vejez. Sus largas pestañas blanquean  la luz del lugar,  así como el sol ilumina a la galaxia.
Los animales ya cargados con todas nosotras beben agua y se comen las últimas hojas de los ruibarbos. Los labios superiores divididos y movibles de estos mamíferos degluten las flores amarillas y verdes de las  plantas.
Uno de ellos, con una mueca horrible en la boca, da un escupitajo,   ahuyenta  a los sapos de la laguna. A la huida de los mismos miro  con placer como ondea el agua.
Nuevamente declinan su largo cuello para continuar con su alimentación. Nos  miramos con María Isabel y  sentimos  vértigo.  Seguimos aferradas a la joroba. Nos bambolean sus toscos  movimientos. Ellos  continúan con su pasividad, rumiando.
Olfatean el manantial de Huidoro. Pareciera que vamos a salir,   dan la media vuelta y escucho una voz llamándome. Es Lila.
—Elisa, Elisa…a las  niñas no les queda leche  para la tarde...
Desde lejos le respondo.
—Bueno Lila, voy a conseguirles. ¿Me cuidás a las nenas?
—¡Síííí!  —muy alegre responde ella.
Invito a Maria Isabel a que me acompañe. Comenzamos  tranquilas a  caminar  por las calles del pueblo.
Apenas avanzamos me  doy cuenta de que nos falta fluidez para  caminar. La noche es muy oscura, sin estrellas y sin luna. Me doy vuelta y veo que el patio de entrada de la casa de Lila  está envuelto en una iluminación increíble. Puedo  reconocer hasta el mínimo detalle de cada silueta. Pienso  ¿Qué extraño?
Llegamos con la leche al lugar. Los camellos y mis hijas no se encuentran  en el patio  de Lila.
Con desesperación comienzo  a andar el camino desandado, el mismo que habíamos utilizado para ir a comprar la leche. Se nos suma un conocido,   Juan Pedro,  dueño de un boliche llamado “El Americano”.   Recién había despachado a sus últimos clientes. El Señor  andaba de ronda.
Llegamos a la Comisaría y nos atendió un señor peinado de costado,  el pelo castaño claro, con una gruesa cicatriz en el pómulo izquierdo.  Nos recibe, muy sonriente, en su despacho.
Llegado  hace unos días al pueblo,  se presenta y nos dice que es el  nuevo  comisario.
Le comentamos lo ocurrido, y el señor muy amable, se acerca y   me abraza 
—Señora, sus hijas se encuentran muy bien y la están  esperando en casa. Vaya,  allí están.
Sin consuelo le respondo
—No puede ser señor. ¿Cómo van a llegar hasta allí? Si la noche es muy oscura y hasta cuesta caminar por las  calles y veredas desdibujadas.
Continúo con el diálogo
—Los camellos no están y mis hijas son muy chicas para darse cuenta de lo que tienen que hacer, temo lo peor señor, no volverlas a ver.  
El comisario  insistió varias veces, repitiendo la misma frase. Era tanta su seguridad que pensé que querría deshacerse de nosotros
Retomo el camino con mis amigos, a duras penas pudimos llegar hasta la puerta de mi casa. Introduzco  la llave en la cerradura ¡Vaya sorpresa! A toda música, color, brillos, sonrisas, alegrías, el moisés y la beba se encuentran  en el medio de la cocina, las otras dos hijas juegan  alegremente con el comisario del pueblo. El señor Cendra.
—¿No le dije, señora? ¡Sus hijas están  en resguardo…!