La palabra: esa voz mágica

{ lunes, 16 de agosto de 2010 }

De la Palabra, ese conjunto de letras que forman un término con significado, se han realizado innumerables apreciaciones. Del poder de una palabra al ser pronunciada se ha derivado en un centenar de conceptos. He leído –y también ustedes- artículos disímiles cuyo título ha sido El Poder de la Palabra. Bien podría pensarse, de antemano, en un libro de autoayuda, un concepto psicológico, una técnica de Programación Neurolingüística o una evocación religiosa. También en el título de un documental, el de un texto ensayístico, una obra literaria; el resultado de una investigación en materia holística, el nombre de un blog o una simple expresión ciudadana.
Ya en tiempos del antiguo Egipto se concebía con fuerza el poder que generaba la palabra,  demostrado este –entre otros tantos ejemplos- en  la actitud de aquel sacerdote a la orden de Thot (dios de la sabiduría, la palabra y la escritura en la mitología griega)  que mandó a escribir los nombres en las tumbas de sus familiares caídos en batalla, en el convencimiento de que “un hombre es revivido cuando su nombre es pronunciado”. Una forma cabal de que los deseos se consuman por el sólo hecho de ser expresados en voz alta.
La influencia del lenguaje está asociada, muchas veces, a los aspectos terapéuticos. En este sentido la psicología recurre a la palabra hablada como -entre otras muchas estrategias- una forma de alivio y liberación para el paciente; y cree que es  la palabra escrita un instrumento de sumo valor para expresar aquello que -por alguna circunstancia- es difícil de manifestar verbalmente.
La palabra tiene, además, una gran capacidad de  persuasión esotérica. Tanto puede una persona quedar seducida por una expresión que proviene de alguien a quien considera con determinado poder, como quedar sugestionada frente al vaticinio de la misma. Entonces puede afirmarse que, en este sentido, la palabra tanto puede persuadir como disuadir.
Pero vayamos a temáticas más fácilmente comprendidas u observadas como es la construcción del conocimiento en el niño, en el joven y aún en el adulto: esto no sería posible si no existiera entre educador y educando el nexo de la palabra. Esta se constituye en un instrumento primordial e irremplazable que permitirá  poner en funcionamiento las estrategias, técnicas y actividades que harán posible un aprendizaje, se trate este de cualquier índole.
Si nos ocupamos de la palabra y su relación con la naturaleza no hace falta más que pronunciar el nombre de un accidente geográfico, de una especie animal o vegetal, de un clima en particular o un desastre natural… para remitirnos, sin dudas, a la ciudad, región, país o continente a la que la misma alude.
Y así, sería interminable la lista de posibles referencias.
La palabra enaltece o sofoca, cohíbe o adula, exacerba o enerva, produce o destruye, acompaña o abandona, se eleva o se esconde, arremete o desconfía.
 Es grito y también silencio.
Creo, entonces,  que aún está intacta aquella creencia antigua de los egipcios al considerar que la palabra escrita –para ellos los signos-  tiene una fuerza mágica y su poder es indescriptible.
Sea para bien, sea para mal.

Olga Starzak