El hombre del tren… de Celia María Soto Payva, participante del taller

{ lunes, 30 de agosto de 2010 }


 Cineasta, antropólogo; había dejado pasar el tiempo hasta tomar la decisión de viajar a América del sur. Al otro lado del océano quedaba su trabajo universitario y alguna relación afectiva. Lo entusiasmaba  la idea de plasmar en un corto cinematográfico la vida cotidiana de la gente de la Patagonia; indagar su origen primigenio y su posterior desarrollo. Soñaba con “el fin del mundo”, como llamaban a Tierra del Fuego. Tan lejana de París, tan cercana en su corazón a partir de los libros. Lo atraía ese territorio surcado de mares y glaciares… Se preguntaba si no sería “el principio del mundo”.


El tren comenzó a moverse lentamente. La muchacha de ojos oscuros caminó el pasillo y eligió sentarse a su lado. El no tenía deseos de hablar con nadie, volteó entonces la cabeza para observar el paisaje a través del vidrio.


A veces tomaba fotografías, escribía en una agenda. Transcurrieron más o menos 40 minutos desde la partida, cuando el guarda apareció en el vagón solicitando los pasajes.


En ese instante la joven preguntó —¿Señor, usted adónde viaja? 


El hombre la miró, luego dijo —a Tierra del Fuego, Patagonia.


Ella sonrió creyendo que el vecino de asiento desdeñaba su charla. Entregó su boleto para control, después lo ubicó en la cartera.


El cedió el suyo al empleado y éste advirtió desconcierto; se pasaba la mano por la barbilla, hasta que al fin, con voz ronca sentenció —Señor, ha errado el camino. No viaja hacia el sur, sino al norte. Exactamente hacia Jujuy. Además este pasaje no sirve, debo consultar con mi superior.   


El hombre lamentó la confusión, habló sin parar en francés, nadie entendía lo que decía. Estaba de pésimo humor.


La muchacha dejó pasar unos minutos, lo observaba con disimulo…  Luego retiró de su vianda pan y queso y le ofreció la mitad de la porción. Esta vez él aceptó y comieron en silencio.


Llegó la noche con la bruma habitual en esos parajes de plantaciones de citrus, sembradíos de soja; con el río Paraná serpenteando a un costado de las vías.  


—No se preocupe —dijo ella. —Como es extranjero la empresa cambiará su boleto. Tal vez le devuelvan el dinero —agregó— Es el destino. Creo que no debe ir en contra de él.


—Estoy furioso conmigo mismo. Necesito llegar al sur; cumplir un trabajo.   Son pedazos de sueños de toda la vida —comentó en buen español.


—El norte es bonito. Conocerá montañas de colores, cascadas que saltan entre las rocas para convertirse en cauces de agua, sinuosos, en medio de una vegetación selvática o árida. Los ríos buscan como usted, llegar; en este caso al mar. Existen cumbres con nieves eternas… La gente es hospitalaria, sencilla —señaló ella.


El empleado regresó para comunicarle que le cobrarían sólo el importe del seguro de vida. Podía seguir el viaje como una invitación de la empresa. O descender en algunas de las provincias donde el tren tenía sus paradas.


La muchacha insistió en que lo sucedido era una señal.


—Desafiar a la providencia no es bueno  —dijo.


El hombre estaba perturbado. Todo el tiempo percibía la vida con rutas secundarias… algo así como que el hombre proponía y alguien superior disponía otras cosas. No sabía las consecuencias de lo incierto.


Ella, sentada a su lado nombra la palabra ventura. Él, no cree en el azar. ¿Simetría?


Ahora la mujer le explica con cierto arrebato características de la región. Cuenta la existencia de ciudades sagradas. La cultura y herencia de los pueblos originarios. Las leyes que regían el incanato; como la del divorcio —dice— casi perfecta.


Presta atención a las palabras de la muchacha. Los personajes que viven en los altos de la puna despiertan su interés como antropólogo.


Más tarde, la joven hizo silencio. Retiró de su bolso una manta colorida y se envolvió en ella. —Medianoche —señaló.


—No se arrepienta. Será protagonista de una historia maravillosa. El sur lo esperará… Enriquecido interiormente, usted gozará de su “fin o principio del mundo”… Sólo que esta vez no deberá confundir al destino en un tren equivocado —dijo.


El la miró cerrar los ojos, dormirse plácidamente en el asiento de cuero.


Se arregló los  cabellos con la mano, admitió que la muchacha era hermosa.


Después meditó sobre el Norte y el  Sur, puntos fundamentales en su vida.

Celia María Soto Payva reside en Santiago del Estero