YA ME SONREIRÁ LA SUERTE de Rosario Anze, participante del Taller

{ viernes, 18 de junio de 2010 }


Sabina cuelga la ropa, mientras dos de sus cuatro niños se agarran a su falda. Ella voltea la cabeza y mira a su esposo que, una vez más,  permanece sentado en la tierra, desde hace varias horas y a pleno sol. El panorama es desolador: unos cuantos árboles y arbustos secos, dos o tres gallinas buscando alimento, el caballo flaco atado a un tronco. Al fondo una  pequeña choza que los alberga cuando hace frío,  porque ahora con el  calor y la sequía es un infierno permanecer en ella. 
Como todos los días, ella se levantó muy temprano a ordenar su vivienda, dio el desayuno a  sus hijos, consistente en una taza de café y unos granos cocidos de maíz. El marido, a pesar de los reclamos de ella, permaneció en la cama por dos horas más y sólo el calor lo hizo salir de ella y de la casa.   
Después de esas tareas alimenta a los animales que quedan: un caballo y dos  gallinas. El resto lo vendieron, de a poco, para mantener a la familia, pues desde que dejó de llover y la sequía empezó, atraviesan una difícil situación. Su marido, a partir de ese momento y ante la pérdida de toda su plantación, no logra reaccionar. Está así, totalmente deprimido, y sólo sabe lamentar su suerte,  esperando el cambio espontáneo de ésta.  Él no hace nada, mientras ella se esfuerza  para preparar algo de comer  con sus escasas reservas.  
 En estas condiciones ya han pasado más de dos meses, han agotado todas sus provisiones: sólo  quedan unos pocos granos de maíz y el pozo de agua está casi seco. La mujer piensa que ya no podrá lavar su   ropa. Deberá racionar el agua para beber y preparar la comida. No se observa ni una nube que pueda augurar lluvia y mejorar el panorama. Ninguna autoridad apareció por allá para preguntar por su situación, menos para ayudarlos. Los pocos vecinos de esas tierras, ahora desérticas, han migrado a la ciudad.   
Cada mañana ella insiste para que su marido vaya a la ciudad o al pueblo vecino a pedir ayuda o a buscar trabajo, pero él permanece sentado y lamentándose.  Todos los días, sus hijos y ella, al finalizar la jornada lloran porque comen  poco y deben dormir con hambre.
Por las  noches Sabina piensa y piensa sobre lo que puede hacer. Analiza la situación y sólo  ve una alternativa: ir a la ciudad con sus hijos a buscar cualquier  trabajo o pedir limosna, en último caso.
Ya decidida, al día siguiente, ella realiza todos los preparativos: hace cocer gran parte de los granos  que le quedan, mata una de sus gallinas; la mitad de la carne la cocina, la otra la charquea. Está resuelta, iniciará su viaje en la madrugada para evitar el sol. Esa noche ella advierte a su marido de la decisión tomada, pero él sigue sin reaccionar.
Muy temprano, antes del amanecer, despierta a sus hijos y a los dos más pequeños los acomoda en el caballo junto con un bulto de ropa, comida y agua, que es todo su equipaje. Ella con los dos mayores irán  a pie. Les espera un largo  camino e inician el viaje. No despierta a su marido, sólo le deja un plato  de comida.
Después de unas horas de caminata detienen su marcha, bajo la escasa sombra que proporciona un árbol con las hojas por entero secas; comen algo, descansan un rato y reinician la marcha, ya con el sol en alto. Así continúan todo el día hasta la llegada de la noche. Todos están muy fatigados por el calor y quieren beber más agua de la que ella les facilita; no sabe cuánto les falta para llegar a la ciudad. Los pequeños  lloran, ella intenta explicarles pero  no entienden  razones. Finalmente, se duermen y todos descansan.
De madrugada los despierta para reiniciar el viaje, no parece que avanzaron mucho, su paso fue lento y está muy preocupada por el agua. Una vez acomodados reinician su marcha. Durante el recorrido únicamente encontraron  algunas chozas abandonadas, sin nadie que les proporcione ayuda ni orientación.
El segundo día transcurre como el anterior, los niños están más fatigados y en la noche tardaron más en dormir. Su preocupación aumenta y se pregunta si no habrá tomado el camino equivocado.  La mujer  no puede conciliar el sueño pensando en el futuro; al fin, el cansancio la vence hasta que algo la despierta. Ya está amaneciendo  y puede distinguir  a una persona que se acerca. Es su marido quién, finalmente, al verse solo reaccionó y emprendió la marcha a pie detrás de ellos.  Se acerca con la gallina en un brazo, sacude a sus hijos,  los abraza y lloran todos juntos. Ahora,  nada importa, ya está la familia reunida  y podrán  seguir su camino hacia la ciudad.    

Rosario Anze reside en La Paz, Bolivia.