HERENCIA Carmen Larraburu, participante del Taller

{ domingo, 13 de junio de 2010 }
Desde el jardín llega la claridad de la  luz. Atraviesa la ventana   de un finísimo  vidrio inglés de color verde musgo.  El vidrio es poroso y hasta laberíntico.   Alguien con  paciencia se entretiene   en seguir el surco  de esta encrucijada, y quizá con perseverancia  pueda  llegar a un destino unificado.  Allí,  donde  el dedo índice   palpa la parte lisa y le otorga el final al entretenimiento. Así  imagino el juego de la vida. Trasvasar a  los días  sin sol,  navegar por   las interminables noches de las  lunas blancas,  similar a la portentosa mamá. ¡La mía! ¿Por allí andará bamboleándose,  doña Cesaría…?   
         Despierto de la tremenda pesadilla, estoy muy asustada, la sangre bulle,  presiento el líquido viscoso que  se hacina en la sien derecha. No deja de golpear con furor.
         Un sueño por lo demás extraño, es como si   simbolizara  la imagen de  las distintas épocas  de nuestras vidas  soberanas y otras no tantas. Hombres, mujeres y niños  hambrientos  recorren las calles del mundo, pidiendo pan y trabajo. Siendo una niña me encontraba metida en el medio de la   escena.
Una voz ronca y pastosa  gritaba en el sueño a los que huían, ¡CARAJO! Estos son los guachos que han parido los  gobiernos  y los imperios.  Cada vez se suma más gente al  éxodo. El zigzag de la columna se va perdiendo en el horizonte.
         Me sobrepongo, me siento a la orilla del lecho  y siento   escalofríos en  la piel. El hierro forjado, tributo de las camas antiguas, está presente aún en mi actualidad.
         Son pocos los  pasos que me separan de la puerta de entrada. Camino hacia ella.   El frágil movimiento  venido desde afuera alerta  a mis oídos,  un  chillido seco tropieza contra la hendija, es como si alguien intentara meter algo por debajo de la puerta.
         Hacia  mis pies  se desliza   una foto con un dibujo  importante por el tamaño.  Lo tomo entre mis manos. El papel lastimado y rugoso es de un   color  muy oscuro,  acaricio la cartulina,  la estiro suavemente,  palpo el  frío de la madrugada. Miro la imagen detenidamente.  Me  impacta,  no dejo de pensar en esa cantidad de rostros  con pómulos muy pronunciados, de  labios muy gruesos. Los rasgos bien definidos. No   solamente  el sol ha dejado huellas muy profundas en  sus pieles. Los gestos meticulosos,  como si hubieran sido cincelados por un escultor,  demuestran la familiaridad con la situación casi genética. Las miradas tiernas y abstraídas  se hacen carne en el paisaje,  ante la falta de pan y trabajo; así  reza un cartelito blanco perdido en la profundidad de la foto.
         No vislumbro el compromiso social del pintor, las caras de los adultos varones pertenecen a un mismo molde, las imágenes están muy bien distribuidas.   “El reclamo” complaciente recorre la totalidad de la estampa. De esta manera  imagino la llegada de los  inmigrantes al Puerto de Buenos Aires. Allá a principios de siglo XX, con  “Grandes Esperanzas”  de encontrar un lugar en América.
¿Es  una simple foto en blanco y negro? o ¿es que el autor  se encuentra  con la actividad muscular deteriorada?
Simula muy bien sus temblores involuntarios, todavía puede manejarlos con soltura. Intenta  redoblar los  esfuerzos entre las luces y sombras del trabajo. Desde allí se preocupa por los trazos que, varias veces superpuestos, dejan una línea gruesa, profunda y grotesca a  mi observatorio mental.
         Los pliegues, las curvas y las contras curvas, vigilan  sus fuerzas  sobre un simple lápiz B.6, carbonífero y pastoso. Es el único indicio que lo salva  del anunciado  final.
         La vida se vuelve efímera  cuando no podemos alcanzar un pedazo de pan y un vaso de leche a un niño sufriente. ¿Qué pasará  cuando no pueda rodear  y abrazar el cuerpito de mis   hijos? ¿Es  posible que en estos casos los hijos de los demás los  sienta como propios? Enjutos, por la falta de nutrientes.  Las necesidades ¿también corroen al  alma?  ¿Seremos  capaces de caer  en la indiferencia social?
         La niña plantada en la mitad de la escena, con  carita de porcelana y un  flequillo al tono, oscuro como la misma foto, parece ajena al entorno. Es posible que el pintor no haya podido integrar “el hueco”  a las demás figuras. Y a último momento agregó a la niña, sin verificar lo que pasaría con la imagen general del trabajo.  ¿Alguna muñeca habrá servido de modelo para el dibujante  de la “Manifestación”?
         Dejo la foto sobre la mesa.  Huyo del replanteo y del dolor nauseante que se   produce en la boca de mi estómago.
Me voy a dar un paseo…
El sonido agudo y monótono del grillo… me ayuda a sobreponerme  de la larga y   tortuosa  noche.
Es por esta ventana del frente de mi casa  que siempre confundo las noches de luna llena, En determinado momento no sé si la luna trepa  al farol o viceversa.
        
Camino hacia el mar.  El sol  tímidamente asoma  desde el Atlántico. Un enorme globo rojo se posa en la línea donde termina el mar y comienza el cielo. Las aguas frías acompañan en su   morada a las olas,  la tenue luz  refleja el movimiento de transparencias que viaja hacia la costa.  Llegan a mis pies desnudos, primorosos encajes blancos cortados por la rompiente.  Se vuelve enternecedor y abrupto el paisaje en mi retina.
Con el flequillo levantado por el viento, camino entre las  últimas hojas inertes y amarillas del otoño. Como las caricias, las hojas juegan
a  la ronda, ronda con  mis tobillos.
Enrojecen las tejas del techo de la casa de mi vecino. Carlos, el periodista, que vive enfre
nte.
         Se escuchan insultos por radio. Estamos próximos a las  elecciones nacionales… del mes de junio del año dos mil nueve.
Mis oídos están preparados para bajar el telón. Ya no escuchan cuando la densidad y las groserías  de las palabras rebosan el límite de la razón y lastiman a mi desprevenido espíritu.
         Hoy los carroñeros están nuevamente de turno.  Con sus afilados picos toman a las indefensas liebres y graciosamente las balancean con furor por los aires, hasta destrozarlas.  A  través de la límpida  atmósfera se observa como caen las tripas de estos animalitos. Los más ágiles y prevenidos se suman a la cadena de supervivencia.
         Con los años, los grillos se han ensañado con la puerta de entrada. La madera está carcomida  por estos insectos  cantores y que   muchas familias  adoptan como un talismán y  otras los toman como  benefactores de la suerte, como es mi caso.
         Todas las noches miro a través de  la celosía. Espero encontrar aquél hombre que oculto en la oscuridad, dejó un mensaje a mis pies. Estremecedor y no menos   preocupante. A pesar de los años “el reclamo”  es  el  mismo: Pan y trabajo.

Aquí, ahora y siempre  pronto  amanecerá.  

Carmen Larraburu es Artista Plástica, reside en Playa Unión, Chubut.