En algún lugar...
Sucedió allí, en donde no existen las neuronas ni la gravedad.
Es un lugar fungible en donde la cavidad del cuenco nos protege de los silencios y de la oscuridad. La masa muscular palpita desde hace miles de millones de años. Desde aquellos tiempos maravillosos, sin principios, un cúmulo de nubosas viajeras (las vecinas) comenzaron a vagar. Paridos soles como viñas de Juan Alfonso. Las vecinas chispeantes sobreviven a la esperanza de compartir el escenario entremezclando sus tonalidades. Deseosas de rodear el playón de álamos que pueda ser un lugar adecuado donde la convivencia ramifique el uso neutral del espacio.
Las pertenencias luminosas... blancas, naranjas o amarillas de las vecinitas andariegas se entretienen, con el juego romántico de la sensualidad. El célebre Platón se atreve a mejorar la calidad de vida de estas pequeñas. Mientras las adultas nómades tildan de rojo mortecino un mísero trapo que resguarda la entrada al encanto espacial, las vecinitas preparan, entre la multitud, un lugar esponjoso donde puedan reunirse a gestar sus entrevelos y disfrutar de la magia que irradia el continuo movimiento del calidoscopio.
Es un lugar intranquilo, el escenario se mantiene en constante movimiento y sus actividades dramáticas a full. A pesar de esto las nubosas peregrinas se nutren del sosiego para nacer, se estiran… después de un largo descanso haciendo Pilates; con su algodonada estructura acomodan su silueta en el campo flotante, dentro del cuenco cóncavo original (el firmamento) y desde allí comienza un fantasmal descenso: la tenue transparencia muy liviana azota al ingenuo soplo de frescura que brinda el aire a la hora del amanecer.
Sin prisa pero sin pausa, alienta el continuo cambio hacia la evolución... la fertilidad bacteriana está deseosa por comenzar a reproducirse; “vivir” desde aquel mullido lenguaje hasta la aterciopelada tecnología vibrante de elementos metálicos; y así encuentran la potencialidad del “Ser”.