La palabra es el puente que nos permite transitar el camino hacia la libertad. Una libertad que nacerá desde el interior de cada ser, pero que la lectura alimenta para que crezca, ande, se fortalezca y adquiera alas. Es en el hacer cotidiano donde todo aquello que incorporamos a través de la lectura, cobra relevancia; porque leer es una actitud de vida, es buscar respuestas, es sumergirse en mundos creados por otros y hacerlos propios; es animarlos y enriquecerlos. Es navegar en aguas cálidas y tranquilas, o frías y turbulentas, pero saber que la costa está allí... al alcance, y que se puede recurrir a ella con sólo cerrar el libro que se sostiene entre las manos.
Leer es la posibilidad de tomar decisiones.
Cuando nuestros ojos recorren ansiosos, azorados, enternecidos o agobiados las líneas de una página escrita, se abren mundos infinitos, mundos que crea el mismo lector. Aquel que se permite vivir las experiencias más variadas, muchas similares a las que acontecen en la realidad.
Leer es alzarse en vuelo y recorrer el universo, regresar... Buscar nuevas respuestas y ¡volver a volar!
Los adultos debiéramos abrirles a los jóvenes, si es que alguien no lo ha hecho en su temprana edad, el excitante mundo que conlleva al placer por la lectura. Brindarles la oportunidad de descubrirlo a partir de experiencias nuevas y recreativas, ayudarlos a traspasar el umbral impuesto por una formación académica que –muchas veces– ha hecho del acto lector un ejercicio sacrificado o forzoso. Para ello es necesario darle la posibilidad de optar, enfrentarlo al propio interés, hacerlo voluntaria y reflexivamente. Esa es tarea de los docentes: tender puentes, abrir los caminos, acercar el mundo literario con herramientas que despierten el deseo de ser usadas. Si le damos a un adolescente un capítulo cualquiera del “Don Quijote de la Mancha” y además les hacemos subrayar las ideas principales, hacer una síntesis de lo que pretendió decirnos Cervantes y relacionarla con su escenario geográfico, terminará aborreciéndolo, y correremos el riesgo de que ya nunca más muestre interés en leer la obra maestra de la Literatura Española. Claro, este es sólo un ejemplo, al igual que los cuentos de Edgar Allan Poe, o muchísimos de Cortázar, nos garantizarían el interés del joven. ¿Por qué entonces no tener presente, antes de elegir el material de lectura que le ofreceremos, cuál es la etapa evolutiva por la que atraviesa, cuáles son sus intereses, cuáles sus necesidades inmediatas?
Es necesario desechar la tendencia de abordar la lectura desde un enfoque exclusivamente comunicacional, la idea del libro como depósito de información, el concepto de texto utilizado con fines meramente didácticos. Es imprescindible permitirles descubrir cuánto les gusta leer, o cuánto les gusta escribir. Al cabo de poco tiempo comprobarán que, a través del entrenamiento espontáneo, sistemático y placentero, su expresión oral y su expresión escrita han ejercitado modificaciones significativas y consecuentes. Y como si eso no bastara –por sí mismo–, también habrán experimentado un crecimiento personal y cultural, habrán reorganizado su universo simbólico y encontrado nuevas formas de involucrarse en el entramado social.
Y como la lectura no se puede pensar descontextualizada del acervo cultural de una sociedad, las escuelas y las bibliotecas, y la familias y la comunidad escolar toda, si se comprometen con la juventud en este sentido, sentirán el impacto de ser partícipe del mágico mundo de la palabra.
Nadie sale indiferente de la experiencia de leer.
Olga Starzak