Desde el jardín llega la claridad de la luz. Atraviesa la ventana de un finísimo vidrio inglés de color verde musgo. El vidrio es poroso y hasta laberíntico. Alguien con paciencia se entretiene en seguir el surco de esta encrucijada, y quizá con perseverancia pueda llegar a un destino unificado. Allí, donde el dedo índice palpa la parte lisa y le otorga el final al entretenimiento. Así imagino el juego de la vida. Trasvasar a los días sin sol, navegar por las interminables noches de las lunas blancas, similar a la portentosa mamá. ¡La mía! ¿Por allí andará bamboleándose, doña Cesaría…?
Despierto de la tremenda pesadilla, estoy muy asustada, la sangre bulle, presiento el líquido viscoso que se hacina en la sien derecha. No deja de golpear con furor.
Un sueño por lo demás extraño, es como si simbolizara la imagen de las distintas épocas de nuestras vidas soberanas y otras no tantas. Hombres, mujeres y niños hambrientos recorren las calles del mundo, pidiendo pan y trabajo. Siendo una niña me encontraba metida en el medio de la escena.
Una voz ronca y pastosa gritaba en el sueño a los que huían, ¡CARAJO! Estos son los guachos que han parido los gobiernos y los imperios. Cada vez se suma más gente al éxodo. El zigzag de la columna se va perdiendo en el horizonte.
Me sobrepongo, me siento a la orilla del lecho y siento escalofríos en la piel. El hierro forjado, tributo de las camas antiguas, está presente aún en mi actualidad.
Son pocos los pasos que me separan de la puerta de entrada. Camino hacia ella. El frágil movimiento venido desde afuera alerta a mis oídos, un chillido seco tropieza contra la hendija, es como si alguien intentara meter algo por debajo de la puerta.
Hacia mis pies se desliza una foto con un dibujo importante por el tamaño. Lo tomo entre mis manos. El papel lastimado y rugoso es de un color muy oscuro, acaricio la cartulina, la estiro suavemente, palpo el frío de la madrugada. Miro la imagen detenidamente. Me impacta, no dejo de pensar en esa cantidad de rostros con pómulos muy pronunciados, de labios muy gruesos. Los rasgos bien definidos. No solamente el sol ha dejado huellas muy profundas en sus pieles. Los gestos meticulosos, como si hubieran sido cincelados por un escultor, demuestran la familiaridad con la situación casi genética. Las miradas tiernas y abstraídas se hacen carne en el paisaje, ante la falta de pan y trabajo; así reza un cartelito blanco perdido en la profundidad de la foto.
No vislumbro el compromiso social del pintor, las caras de los adultos varones pertenecen a un mismo molde, las imágenes están muy bien distribuidas. “El reclamo” complaciente recorre la totalidad de la estampa. De esta manera imagino la llegada de los inmigrantes al Puerto de Buenos Aires. Allá a principios de siglo XX, con “Grandes Esperanzas” de encontrar un lugar en América.
¿Es una simple foto en blanco y negro? o ¿es que el autor se encuentra con la actividad muscular deteriorada?
Simula muy bien sus temblores involuntarios, todavía puede manejarlos con soltura. Intenta redoblar los esfuerzos entre las luces y sombras del trabajo. Desde allí se preocupa por los trazos que, varias veces superpuestos, dejan una línea gruesa, profunda y grotesca a mi observatorio mental.
Los pliegues, las curvas y las contras curvas, vigilan sus fuerzas sobre un simple lápiz B.6, carbonífero y pastoso. Es el único indicio que lo salva del anunciado final.
La vida se vuelve efímera cuando no podemos alcanzar un pedazo de pan y un vaso de leche a un niño sufriente. ¿Qué pasará cuando no pueda rodear y abrazar el cuerpito de mis hijos? ¿Es posible que en estos casos los hijos de los demás los sienta como propios? Enjutos, por la falta de nutrientes. Las necesidades ¿también corroen al alma? ¿Seremos capaces de caer en la indiferencia social?
La niña plantada en la mitad de la escena, con carita de porcelana y un flequillo al tono, oscuro como la misma foto, parece ajena al entorno. Es posible que el pintor no haya podido integrar “el hueco” a las demás figuras. Y a último momento agregó a la niña, sin verificar lo que pasaría con la imagen general del trabajo. ¿Alguna muñeca habrá servido de modelo para el dibujante de la “Manifestación”?
Dejo la foto sobre la mesa. Huyo del replanteo y del dolor nauseante que se produce en la boca de mi estómago.
Me voy a dar un paseo…
El sonido agudo y monótono del grillo… me ayuda a sobreponerme de la larga y tortuosa noche.
Es por esta ventana del frente de mi casa que siempre confundo las noches de luna llena, En determinado momento no sé si la luna trepa al farol o viceversa.
Camino hacia el mar. El sol tímidamente asoma desde el Atlántico. Un enorme globo rojo se posa en la línea donde termina el mar y comienza el cielo. Las aguas frías acompañan en su morada a las olas, la tenue luz refleja el movimiento de transparencias que viaja hacia la costa. Llegan a mis pies desnudos, primorosos encajes blancos cortados por la rompiente. Se vuelve enternecedor y abrupto el paisaje en mi retina.
Con el flequillo levantado por el viento, camino entre las últimas hojas inertes y amarillas del otoño. Como las caricias, las hojas juegan
Enrojecen las tejas del techo de la casa de mi vecino. Carlos, el periodista, que vive enfre
nte.
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Se escuchan insultos por radio. Estamos próximos a las elecciones nacionales… del mes de junio del año dos mil nueve.
Mis oídos están preparados para bajar el telón. Ya no escuchan cuando la densidad y las groserías de las palabras rebosan el límite de la razón y lastiman a mi desprevenido espíritu.
Hoy los carroñeros están nuevamente de turno. Con sus afilados picos toman a las indefensas liebres y graciosamente las balancean con furor por los aires, hasta destrozarlas. A través de la límpida atmósfera se observa como caen las tripas de estos animalitos. Los más ágiles y prevenidos se suman a la cadena de supervivencia.
Con los años, los grillos se han ensañado con la puerta de entrada. La madera está carcomida por estos insectos cantores y que muchas familias adoptan como un talismán y otras los toman como benefactores de la suerte, como es mi caso.
Todas las noches miro a través de la celosía. Espero encontrar aquél hombre que oculto en la oscuridad, dejó un mensaje a mis pies. Estremecedor y no menos preocupante. A pesar de los años “el reclamo” es el mismo: Pan y trabajo.
Aquí, ahora y siempre pronto amanecerá.
Carmen Larraburu es Artista Plástica, reside en Playa Unión, Chubut.
Carmen Larraburu es Artista Plástica, reside en Playa Unión, Chubut.