Los hombres del Pueblo, de Marcela Redondo Moreno, participante del Taller

{ lunes, 14 de febrero de 2011 }

“La manifestación popular suele surgir en respuesta a la dominación de un grupo de la sociedad hacia otro, éste hastiado de su condición inferior, se vuelca a las calles en busca de justicia.”  

 “Siempre que un hombre cegado por la ambición ha intentado obtener cierto objetivo, hubo otro hombre que fue subordinado para que aquél lo consiga”




Los hombres del pueblo

 La noche estaba cerca pero ellos eran cada vez más. A pesar del viento helado que les lastimaba el rostro, no cedían un solo paso. Algunos tímidos se acercaban con las manos en los bolsillos mientras avizoraban ocasionalmente hacia atrás, pero se incluían en la multitud con rapidez. Otros, los más viejos y curtidos, cuya mirada turbia no reflejaba resignación sino una profunda esperanza, platicaban con los más jóvenes  sobre experiencias similares.

La extenuación era colectiva, los párpados desfallecidos hasta mitad de los ojos y el rostro avejentado existía en la mayoría de los manifestantes. Sólo los más chicos, inquietos y curiosos por la multitud, irradiaban frescura. 

Pero había que seguir esperando; la desesperación más absoluta los había impulsado a abandonar sus viviendas, y no regresarían hasta obtener soluciones concretas.
Esta vez ningún discurso conformista proveniente de algún gobernante, que pronto olvidaría las promesas realizadas, los engañaría.

La noche por fin había impregnado cada rincón de la manifestación. Sin embargo, no había señal de que alguien se asomara por  las puertas de aquella Municipalidad. La espera se tornaba agotadora pero, entre cánticos y gritos alentadores, el final parecía posible y cercano.

Finalmente algo ocurrió. Los que estaban atrás vieron que los más próximos a la entrada se agitaban y la mezcla de voces había cambiado de sólo un murmullo a bramidos.
 
—¡Nos atacan! —Vociferó uno de los guardias ubicado en el cordón de la vereda. Pero no era verdad. No obstante parecía que muchos de ellos esperaban que eso ocurriera para tener una excusa y poder reprimir.  La tensión era cada vez más grande porque la gente se irritó al ver la actitud amenazante de los armados. Cuando parecía que una batalla daría comienzo, un hombre robusto, de amplios bigotes, piel morena y mirada firme pero fresca, abrió las puertas de la Municipalidad.
El Intendente llamó al jefe de los policías y le dictaminó que no usaran la fuerza.  Éste, con un grito que resonó en toda la cuadra, convocó al orden.

Las personas permanecieron impasibles por unos segundos pero acto seguido comenzaron a aplaudir, silbar y pedir por pan y trabajo.

El administrador del pueblo solicitó nuevamente orden pero esta vez no le pidió al policía que sea intermediario, sino levantó ambas manos e  instantáneamente la masa enmudeció.

La situación exigía que eligiera cada palabra con mucho cuidado. Y él lo sabía, por eso había estado todas esas horas decidiendo qué exponer.

—¡Vecinos! Necesito que mantengan la calma, estamos atravesando una de las crisis más grandes de los últimos tiempos. Pero quiero que sepan que la situación va a mejorar —algunos de los presentes empezaron a silbar y otros simplemente escudriñaron con recelo el rostro del Intendente, que comenzaba a sudar.

 —Voy a hablar —elevó más la voz para hacerse oír entre el murmullo— con uno de ustedes, quién sea su representante, por favor, que se acerque y dialogaremos.

Algunos de los presentes se miraron entre ellos y después la mayoría dirigió la vista hacia un anciano que se encontraba parado en la segunda fila principal. Él, cuando percibió que era el centro de atención, aunque tenía el ceño fruncido y cierto dejo de desdén en su mirada, súbitamente  sonrió y giró la cabeza hacia su derecha. Allí, un joven que compartía el mismo gesto desairado, le devolvió la sonrisa y asintió.

El muchacho se abrió paso entre la multitud y la policía separó su cadena humana para dejarlo pasar.
Ahora, frente a frente con el jefe comunal, se estrecharon las manos e ingresaron en la casa de gobierno.

Sí la espera anterior había parecido eterna, esta resultaba insoportable. La irritación aumentaba cuando alguno de los niños lloraba y la madre, cansada, poco podía hacer para calmarlo. Después de todo, ya habían transcurrido doce horas desde que las primeras personas se habían empezado a aglomerar.

Finalmente, la puerta, por donde dos horas antes había salido el mandatario, se abrió y esta vez primero apareció el joven que debía negociar. Tras él, el intendente y varios hombres más, que parecían formar parte del la administración. Se pararon en hilera, de frente a los congregados.


—¡Compañeros! Amigos…—empezó el chico con evidente determinación, pues permanecía erguido y con ambos brazos abiertos, como intentando abrazar a la muchedumbre— Déjenme decirles que la reunión fue extensa, porque ustedes saben que nuestros problemas son muchos. Pero quiero que sepan que nos vamos de aquí… ¡con propuestas claras de trabajo, de progreso!

El público estalló en aplausos y gritos de alegría, las mujeres lloraban y besaban a sus maridos e hijos, los más viejos parecían aturdidos y suspicaces también, quizá no dando crédito a una solución tan rápida y positiva.

—Nos vamos también —prosiguió el muchacho contento por la reacción provocada— con la invitación a seguir viniendo para encontrar la solución de todos y cada uno de los problemas que nos afectan.


Otra vez las personas celebraron la noticia con abrazos y largos suspiros. El murmullo era cada vez más fuerte y la mayoría, ya dispuesta a irse, comenzó a moverse en distintas direcciones.

El joven estrechó nuevamente la mano del gobernante, quien le guiño el ojo con picardía.