A menudo me pregunto cuántos medios de comunicación, sean estos televisivos, radiales o gráficos, recomiendan –a la hora de sugerir títulos literarios- a autores de la talla de los argentinos María Esther de Miguel, Sergio Bizzio, Héctor Tizón o Sara Gallardo, o de los chilenos José Donoso o Roberto Bolaño, los mexicanos Humberto Villafuerte y Mónica Lavin o el ecuatoriano Adalberto Ortiz… La literatura oriental es también un capítulo a descubrir y a la que tenemos poco acceso, tal vez de otra manera podríamos disfrutar de la obras del japónes Yukio Mishima o del turco Nedim Gürsel.
El objetivo de esta nota -y sólo a modo de reflexión- es comprender y valorar que más allá de aquellos autores de indiscutible imaginación como Dan Brown, Wilbur Smith, Patrick Ericson, J.K. Rowling o John Grisham, existen otros que, no tan dedicados a temáticas que cautivan en general a un gran público lector (ya sea porque escriban obras de perfil histórico, político, religioso, o de ciencia ficción) se constituyen en sí mismos referentes literarios -más por sus técnicas que por sus tramas- por su modo de narrar, de descubrir una época en la historia literaria de la humanidad.
Unos ofrecen (especialmente a los editores y también al autor) alternativas comerciales y por ende un atractivo económico; otros -autores de obras literarias con un legado estético, técnicas y estilo- la posibilidad de un crecimiento personal. La literatura de ambos es pasible de análisis y críticas…
Sin embargo y lo digo con preocupación, sólo los libros que reúnen las condiciones de “vendibles” llegan a todos los estamentos sociales; son los denominados best sellers. Muchas veces simplemente como consecuencia del oportunismo de un autor que –por alguna razón- buscó para su obra un tema de permanente dolor y conflicto como lo es la última dictadura militar, las crisis políticas, el interés común por los temas de auto-ayuda, o la catarsis colectiva de la que se aprovechan psicólogos o psicoterapeutas para publicar sus temáticas de diván, logrando que lectores asiduos de encontrar lugares comunes, devoren sus textos.
El lector tiene derecho a elegir. Para ello es necesario poner a su alcance, en las vidrieras de las librerías, en los titulares de los suplementos literarios o en el índice de cualquier medio gráfico, a todos aquellos autores que atravesados por la fuerza intrínseca del talento y la creatividad, recurren a la palabra escrita con el recurso mágico e irresistible de hacernos sentir parte de sus historias: la cautivante realidad del texto literario.
Olga Starzak