MUY FELIZ AÑO 2012

{ jueves, 29 de diciembre de 2011 }



Diciembre de 2011...

En el cotidiano transitar por la vida, aún sumidos en los compromisos, habitan en nuestros corazones todos quienes de una manera u otra se constituyen en nuestro universo de afectos.
Hoy, en este Año Nuevo, quiero traerlos a mi memoria y convocarlos al Brindis de la Amistad, de la Paz, de la Alegría…

Por un mundo mejor

De buenaventura y encuentros
con los seres queridos.

Un mundo de gloria
despojado de niños sedientos
y hombres con temor.

Un mundo de ilusión...
para quienes comienzan a ver la luz,
para los que han atesorado más sabiduría. 

Para todos.

¡Muy Feliz Año Nuevo!


 Olga Starzak




Yo soy un hombre sincero - José Martí

{ sábado, 17 de diciembre de 2011 }





















Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
 y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,

y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños

de las yerbas y las flores,
  y de mortales engaños,
  y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura

llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros

de las mujeres hermosas: 
y salir de los escombros
volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez, —en la reja,
 a la entrada de la viña—
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
que gocé cual nunca: —cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
  y no es un suspiro, —es
que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
 y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
volar al azul sereno,
 y morir en su guarida
la víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
 y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.

Yo sé que al necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto,—
 y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.

El sustantivo. Concepto y clases

{ viernes, 11 de noviembre de 2011 }


  • Según el significado, el sustantivo nombra entidades como personas, animales, cosas, sentimientos o ideas: madre, golondrina, tren, paz, belleza.
  • Según la forma, el sustantivo tiene género y número: el gato/la gata/los gatos/las gatas.
  • Según la función, el sustantivo es el núcleo del sintagma nominal y como tal puede ser núcleo (N) del sujeto, del objeto directo o del objeto indirecto.

 Clases de sustantivos

 
Algunos sustantivos, como queso o pan, por ejemplo, se pueden interpretar como contables en unos casos y como no contables en otros. Así, queso es no contab...
Sustantivos propios
Nombran e identifican a un ser u objeto distinguiéndolo de los demás de su misma clase: Álvaro, Barcelona, Jarama.
Generalmente, presentan estas características:
  • Se escriben con mayúscula.
  • Son invariables.
  • Son monorreferenciales, es decir, se refieren a una única realidad.
  • No tienen significado léxico, es decir, un nombre propio no se opone a otro por sus propiedades o rasgos semánticos.
  • No llevan determinantes.
  • No tienen traducción.
Se suelen distinguir dos tipos:
  • Los antropónimos o nombres de personas, que incluyen los nombres de pila, los apellidos, los hipocorísticos (Pepe, Concha), los apodos y pseudónimos.
  • Los topónimos o nombres propios de lugares y accidentes geográficos, ríos, etc. (España, Moncayo, Nervión).
Sustantivos comunes
Nombran a cualquier ser u objeto sin diferenciarlo de otros de su misma clase: primo, bicicleta, inocencia, amistad.
A grandes rasgos, se distinguen de los nombres propios porque:
  • Se escriben con minúscula.
  • Son variables.
  • Tienen significado léxico.
  • Pueden llevar determinantes.
  • Suelen tener traducción.
Se distinguen las siguientes clases o tipos de nombres comunes: individuales/colectivos; concretos/abstractos; contables /incontables.
Abstracto
Concreto
Individual
Colectivo
Contable
problema
cuchara
lápiz
arboleda
Incontable
paciencia
agua
-
electorado
Sustantivos individuales
En singular nombran a un solo ser u objeto: entrenador, bogavante, enciclopedia.
Sustantivos colectivos
En singular nombran a un conjunto de seres u objetos: gremio, enjambre, set.
Tradicionalmente se clasifican en:
  • Colectivos determinados. Se conoce la naturaleza de las entidades que forman el grupo: yeguada, hayedo, ejército.
  • Colectivos indeterminados. Se desconoce la naturaleza de las entidades que lo componen: grupo, conjunto.
Sustantivos concretos
Nombran seres u objetos que se pueden percibir con los sentidos: sofá, colonia, pastel.
Sustantivos abstractos
Nombran algo que no se puede percibir con los sentidos, como una idea o un sentimiento: gentileza, alegría, templanza.
-ura
hermosura
-ancia
abundancia
-dad
maldad
Sustantivos contables
Nombran seres u objetos que se pueden numerar: pulsera, árbol. Los sustantivos contables admiten numerales cardinales: dos pulseras, cuatro árboles.
Sustantivos incontables
Nombran entidades que se pueden medir o cuantificar, pero no numerar: arena, gas. Admiten cuantificadores indefinidos: mucho vino, pero no se combinan con numerales cardinales: *tres dineros.
Sustantivos contables
Sustantivos incontables
cigarrillo, puro
tabaco
moneda, billete
dinero
persona
gente

De Kalipedia

Ortografía

{ lunes, 24 de octubre de 2011 }

Qué es la ortografía 

La ortografía establece el uso correcto de las letras y los demás signos gráficos en la escritura de una lengua cualquiera en un tiempo concreto, de ahí que contribuya de manera muy eficaz a la construcción de un lenguaje correcto y apropiado para la comunicación.


La escritura alfabética es en su origen una escritura fonética, ahora bien, no existe alfabeto alguno que sea una representación exacta de su lengua. Incluso en el caso del español, que es junto al alemán una de las lenguas que mejor representa su fonética, existen 27 letras para representar sus 24 fonemas básicos.
En otras lenguas el desajuste entre la fonética y la ortografía es mayor, como, por ejemplo, en el caso del inglés. Además, hay que tener en cuenta que la pronunciación de una lengua varía de forma notable tanto en el espacio como en el tiempo. Por otro lado, algunas normas ortográficas son de origen gramatical y no fonético, como, por ejemplo, la de escribir con mayúscula cualquier nombre propio.

La importancia de la ortografía

La ortografía no es un mero artificio que pueda cambiarse con facilidad. Un cambio ortográfico representa un cambio importante en una lengua. La ortografía es el elemento que mantiene con mayor firmeza la unidad de una lengua hablada por muchas personas originarias de países muy alejados. Esto ocurre, por ejemplo, con el español de España y el español de América. Por eso, si la ortografía cambiara para ajustarse solo a criterios fonéticos, el español podría fragmentarse en tantas lenguas como regiones del mundo donde se habla, en las que existen algunos hábitos articulatorios diferentes; y si se representara en la escritura, con el paso del tiempo aparecerían graves problemas de comprensión que conducirían a la incomunicación. La ortografía no es solo un hecho estrictamente gramatical, sino que también obedece a motivos claramente extralingüísticos.
De “Kalipedia”

Cuentos imprescindibles

{ sábado, 1 de octubre de 2011 }
La noche boca arriba – Julio Cortázar

















A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
 Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. 

 Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. 
 La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerro los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. 
 Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. 
 Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. 
 Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. 
 -Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última a visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes, como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor, y quedarse. 
 Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, mas precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. 
 Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él, aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores. 
 Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. 
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien. 
 Al lado de la noche de donde volvía la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. 
 Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. 
 Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el mas fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero como impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de su vida. 
 Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegados a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras. 
(Julio Cortázar, "Final del Juego", Ed. Sudamericana, Bs.As. 1993)

Citas de Thomas Mann

{ domingo, 28 de agosto de 2011 }


Escritor alemán nacionalizado estadounidense. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1929.

-"De la muerte nadie que volviese de ella podría decir que vale la pena, pues no se tiene vivencia alguna de la muerte. Salimos de las tinieblas y entramos en las tinieblas. Entre esos dos instantes hay muchas experiencias, vivencias, pero no vivimos ni el principio ni el fin, ni el nacimiento ni la muerte; ninguno de los dos tiene carácter subjetivo; en tanto procesos, caen enteramente en el terreno de lo objetivo."
-"La belleza, como el dolor, hace sufrir."
-"La guerra es una huida cobarde de los problemas de la paz."
-"La soledad hace madurar lo original, lo audaz e inquietantemente bello, el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito."
-"La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad."
-"La vejez es la peor de todas las corrupciones."
-"Pensad como hombres de acción, actuad como hombres pensantes."
-"El escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a las demás personas."
De Wikiquote

Elementos de la Narración

{ domingo, 14 de agosto de 2011 }

 La acción

El conjunto de acontecimientos que se narran constituyen la acción o trama narrativa. Esos acontecimientos se producen en un lugar y en un tiempo generalmente determinados. El narrador puede contar esos hechos en un orden cronológico, como ocurre generalmente en los cuentos. Pero también puede romper ese orden anticipando sucesos que ocurrieron más tarde o dando un salto atrás en el tiempo para remontarse a hechos lejanos.
El narrador puede contar los hechos tal y como se han ido produciendo, de principio a fin, o alterar el orden de los acontecimientos dando un salto temporal hacia el pasado o hacia el futuro. Según esto, podemos distinguir varias formas de ordenación temporal:
  • El desarrollo lineal. La narración va presentando los acontecimientos en orden cronológico, desde los más antiguos a los más recientes. Los cuentos tradicionales, por ejemplo, suelen presentar esta organización.
  • La anticipación. Es una ruptura del orden temporal que consiste en adelantar acontecimientos y anunciar hechos que se producirán más tarde. En el siguiente fragmento, el enunciado destacado constituye una anticipación:
En mala hora siguió el rey los consejos de Hagen. Los aguerridos caballeros se aprestaron a ejecutar su alevoso plan sin que nadie lo descubriera. La querella de las dos mujeres iba a causar la muerte de más de un héroe.
Cantar de los nibelungos
  • La retrospección. Es otra ruptura del orden cronológico, consistente en retroceder en el tiempo (dar un salto atrás) para contar hechos anteriores al momento en que se sitúa la historia. Así ocurre en la novela policíaca, en la que es frecuente comenzar con un crimen para, a continuación, reconstruir los acontecimientos que lo precedieron.
 De Kalipedia

Literatura y Romanticismo

{ domingo, 31 de julio de 2011 }

   
Frente al equilibrio clásico, las normas y el didactismo dominantes en el siglo XVIII, los románticos defendieron la originalidad. Se concibe al artista como un ser dotado de un genio creador que no debe ser coartado. La libertad en la vida y en el arte es base del pensamiento romántico, tal y como lo expresa Larra: Libertad en literatura, como en las artes, como en la industria, como en el comercio, como en la conciencia. He aquí la divisa de la época.
Los autores románticos concretan esta mentalidad en los siguientes rasgos:
  • El subjetivismo y el individualismo. Los sentimientos y deseos dominan la literatura: el ansia de libertad y el amor se transforman en ideales de vida. El amor romántico adquiere con frecuencia matices trágicos; es una pasión que se enfrenta a diversas barreras o un ideal inalcanzable. El sentimiento amoroso aparece a menudo truncado por normas sociales o por un destino adverso. Sin embargo, se plantea como una fuerza a la que el hombre tiende inevitablemente.
Además del sentimiento, la literatura acoge otros elementos no racionales, como la fantasía, la imaginación o el sueño. Asimismo, el individualismo se refleja en la importancia del tema de la soledad: el hombre se siente aislado y diferente.
  • La proyección en la naturaleza. Como consecuencia de la primacía de lo subjetivo, los escritores buscan en la naturaleza un confidente. El paisaje a menudo refleja sus estados de ánimo atormentados: ambientes nocturnos, lugares agrestes, ruinas, tormentas...
  • El enfrentamiento con la realidad. El idealismo romántico produce un choque entre los deseos y la realidad. Este contraste ocasiona a menudo decepción, angustia, desengaño y escepticismo en el individuo. El rechazo de las circunstancias presentes se traduce con frecuencia en una defensa de la justicia social o en un deseo de evasión hacia tiempos pasados y lugares exóticos.
  • El gusto por lo sobrenatural y misterioso. La muerte, los cementerios y los ambientes misteriosos son muy frecuentes en la literatura. El romántico se siente atraído por todo lo que la razón no es capaz de explicar. Así, el mundo y el destino humano son concebidos, precisamente, como una incógnita y parecen estar dominados por la irracionalidad. La religión y el Más Allá se tratan, según el tipo de Romanticismo, con diversos grados de ortodoxia.
  • El interés por lo popular y lo nacional. Los románticos acogen todo aquello que interpretan como manifestaciones genuinas del alma de los pueblos: la historia, los romances, las leyendas...
  • Los géneros preferidos por los románticos son el lírico y el dramático, pues constituyen el cauce idóneo para mostrar los sentimientos. En la prensa, el talante crítico se manifiesta en el periodismo de opinión. Así también, el rechazo de las normas se aprecia en la mezcla de géneros.
  • Respecto al estilo, el Romanticismo utiliza con frecuencia un lenguaje retórico, que contribuye a subrayar los sentimientos y aporta intensidad expresiva.
De Kalipedia

De Borges,... A la Amistad.

{ miércoles, 20 de julio de 2011 }


No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites, estaré allí.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte,
a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo impedir que te alejes de mí.
Pero si puedo desearte lo mejor
y esperar a que vuelvas.
No puedo trazarte límites
dentro de los cuales debas actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos
cuando alguna pena te parte el corazón,
pero puedo llorar contigo
y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.

Guillermo Martínez - Sobre una encuesta que le realizara Clarín en el año 2009 -

{ lunes, 4 de julio de 2011 }



1¿Cuáles son, para Ud., los libros de autores argentinos más significativos de la década? (Mencione cinco títulos en orden de prioridad.)

Cuentos completos, Abelardo Castillo
Obra completa, Antonio Di Benedetto
La sexta lámpara, Pablo De Santis
Amores sicilianos, Vlady Kociancich
El último lector, Ricardo Piglia

2. ¿Qué autores, argentinos y extranjeros, tienen gravitación en su obra?

Borges, Cortázar, Castillo, Gombrowicz, y en los inicios mi padre, Julio Martínez.
Extranjeros: Henry James, Thomas Mann, Lawrence Durrell, Philip Roth,  Patricia Highsmith.

3. Para usted, ¿qué es hoy lo actual y lo caduco en la literatura argentina?

Lo caduco (aunque perdure) son algunas ideas que conforman el  cliché dominante de la crítica literaria desde hace no menos de treinta años:
1. La idea (falsa) del “rendimiento decreciente”, según la cual sería cada vez más difícil, o aún imposible, dar pasos adelante en el arte de la novela después de Proust, o de la novela balzaciana. Como consecuencia de esto, ya no valdría la pena intentar grandes obras y sólo quedaría el regreso “liberador” a la literatura  amateur, o repetir, cien años después, los procedimientos de las viejas vanguardias, o bien, limitarse a la literatura “de circunstancias”.
2. La curiosa inversión de esta deserción en superioridad intelectual: el abandono de lo que resulta “demasiado difícil” se convierte, por arte de magia leibniziana, en el mejor mundo posible, desde donde se desprecian como “conservadores” todos los demás intentos de seguir adelante. Talento, estilo, ambición, trabajo, serían “miserias psicológicas”. Escribir “mal” es lo que está bien, y escribir “bien” es lo que está mal. 
3. La idea de que el comentario puede suplir al texto: como la novela “no convencional” se rige por la convención estricta de prescindir de trama, de personajes, y a veces de sentido, corre el peligro de pasar por pueril. Esforzados comentaristas deben convencernos, por fuera del texto, que asistimos a una etapa superior, más sofisticada.
4. El “plus” ideológico: si en los setenta los escritores recibían un plus de reconocimiento por elegir temas sociales, ahora la benevolencia automática se reparte entre la novela de la dictadura, la novela gay, y las novelas que acatan el repertorio postmoderno:  mezcla de la cultura alta y baja, fragmentación, parodia, morosidad, son puntos siempre a favor.
5. La idea (por lo menos extraña) de que toda novela sin trama es un experimento arriesgadísimo del lenguaje. La idea (falsa) de que si una novela se preocupa por la trama no se preocupará por el lenguaje.
6. La idea (falsa) de que todo experimento debe ser un experimento formal.
7. La idea de que todo experimento está condenado al éxito. “Experimental” está investido de una connotación siempre admirativa: no hay experimentos triviales, o absurdos, o refritos de otros hechos hace cien años. Contra la advertencia cautelosa de Tu Sam, en nuestra literatura ningún experimento puede fallar.
   Lo actual  (lo que permanece actual y atraviesa las épocas) es, como siempre, el talento literario, la voz personal, la originalidad de un mundo y una mirada propia. La ambición de escribir contra todo lo escrito, aunque sea “difícil”. En vez del abandono, la voluntad de intentar obras que puedan medirse en profundidad y complejidad con las que más admiramos en la literatura. Y no es, por supuesto, una cuestión de edades: en todas las generaciones conviven en tensión estas dos actitudes.

4. ¿Cómo percibe las relaciones entre literatura y mercado?
Ya escribí sobre esto largamente en Un ejercicio de esgrima, que puede leerse online. Uso este espacio para las demás.

5. ¿Cuáles considera que son las principales instancias de legitimación literaria: la publicación en determinada editorial, el aval de escritores de prestigio, la universidad, la crítica periodística o académica, los suplementos literarios, los blogs, los premios, la presencia en mesas redondas y eventos culturales, la aceptación de los lectores?
Algunos premios, algunos escritores, alguna crítica, algunos lectores. Pero cada vez descreo más de todo esto y prefiero cierta sensación íntima de acuerdo o verdad a solas con uno mismo al terminar un texto.