A mis alumnos del taller literario, a los lectores de siempre y los acasionales, a los amigos del facebook... a los cibernautas en general

{ viernes, 24 de diciembre de 2010 }
¡MIS MÁS INTENSOS DESEOS DE PAZ Y FELICIDAD EN ESTAS FIESTAS!



Con el cariño de siempre
Olga Starzak

Uso correcto de algunos adverbios

{ jueves, 23 de diciembre de 2010 }




Los adverbios PURO, MEDIO, MEJOR y PEOR son invariables.
Correcto: Está medio fatigada. Incorrecto: Está media fatigada.
Correcto: Lo hizo de puro tonta. Incorrecto: Lo hizo de pura tonta.
El adverbio DESPACIO significa "lentamente", no "en voz baja".
Correcto: Hablar en voz baja. Incorrecto: Hablar despacio.
El adverbio HOY hace referencia al día en que se vive, no a un momento de él.
Los adverbios ADELANTE, ATRÁS, ABAJO, ADENTRO, AFUERA no admiten complemento
Los adverbios DELANTE, DETRÁS, CERCA, DEBAJO, FUERA admiten complemento.
El adverbio MÁS va pospuesto a NADIE y NADA.












La lectura: una elección personal

{ miércoles, 15 de diciembre de 2010 }

A menudo me pregunto cuántos medios de comunicación, sean estos televisivos, radiales o gráficos, recomiendan –a la hora de sugerir títulos literarios- a autores de la talla de los argentinos María Esther de Miguel, Sergio Bizzio, Héctor Tizón o Sara Gallardo, o de los chilenos José Donoso o Roberto Bolaño, los mexicanos Humberto Villafuerte y Mónica Lavin o el ecuatoriano Adalberto Ortiz… La literatura oriental es también un capítulo a descubrir y a la que tenemos poco acceso, tal vez  de otra manera podríamos disfrutar de la obras del japónes Yukio Mishima o del turco Nedim Gürsel.
El objetivo de esta nota -y sólo a modo de reflexión- es  comprender y  valorar que más allá de aquellos autores de indiscutible imaginación como Dan Brown, Wilbur Smith, Patrick Ericson, J.K. Rowling o John Grisham,  existen otros que, no tan dedicados a temáticas que cautivan en general a un gran público lector (ya  sea porque escriban obras de perfil histórico, político, religioso, o de ciencia ficción) se constituyen en sí mismos referentes literarios -más por sus técnicas que por sus tramas-  por su  modo de narrar, de descubrir una época en la historia literaria de la humanidad.
Unos ofrecen (especialmente a los editores y también al autor) alternativas comerciales y por ende un atractivo económico; otros -autores de obras literarias con un legado estético, técnicas y estilo-  la posibilidad de un  crecimiento personal. La literatura de ambos es pasible de análisis y críticas…
Sin embargo y lo digo con preocupación,  sólo los libros que reúnen las condiciones de “vendibles”  llegan a todos los estamentos sociales; son los denominados best sellers. Muchas veces simplemente como consecuencia del oportunismo de un autor que –por alguna razón- buscó para su obra un tema de permanente dolor y conflicto como lo es la última dictadura militar, las crisis políticas, el interés común por los temas de auto-ayuda, o la catarsis colectiva de la que se aprovechan psicólogos o psicoterapeutas para publicar sus temáticas de diván,  logrando que lectores asiduos de encontrar lugares comunes, devoren sus textos.
El lector tiene derecho a elegir. Para ello es necesario poner a su alcance, en las vidrieras de las librerías, en los titulares de los suplementos literarios o en el índice de cualquier medio gráfico, a todos aquellos autores que atravesados por la fuerza intrínseca del talento y la creatividad, recurren a la palabra escrita con el recurso mágico e irresistible de hacernos sentir parte de sus historias: la cautivante realidad del texto literario.


Olga Starzak

Callejón sin salida, Rosario Anze, participante del taller

{ martes, 23 de noviembre de 2010 }

“Con la cabeza entre mis rodillas y los pies entumecidos de frío advertí que estaba amaneciendo. El callejón se percibía aún más sombrío. No había nadie. Supuse que  el lugar nocturno los mantenía tan atrapados como a mí  esa estrecha calle. Intenté levantarme y seguir. Una fuerza interior me lo impedía” (°)  



En verdad, no quería moverme, deseaba hundirme allí mismo, desaparecer para todos, que se olvidaran de mí. Seguramente, estarán compadeciéndome.  ¡Tanto que me advirtieron y yo empecinada no quise oír! Me negué  a aceptar lo que para todos estaba muy claro.

Ahora, que vuelvo a recordar cómo lo conocí y cómo fuimos intimando, me doy cuenta de que él sólo estaba pasando un buen rato y que en ningún momento pensó seriamente en dejar a su familia. Para ser sincera conmigo misma, Arturo no prometió nada, fui yo la que pensé que lo haría. ¡Cómo no hacerlo si me había enamorado! Claro que él disfrutaba de nuestros encuentros, reía y se veía muy alegre; pero nunca se quejó ni dijo media palabra de su esposa y ¿por qué creí que podía ser más importante que ella? ¿Por qué me enceguecí hasta tal punto? ¡Si no es la primera vez que me enamoro!

Sin duda, que cuando se dio cuenta de que la relación se iba poniendo más seria, vio la necesidad de cortarla  o ¿será que fue surgiendo algún sentimiento por mí y temió enfrentarlo? ¡Oh, qué ilusa que soy! Aún pienso que pudo quererme un poquito. Arturo empezó a eludirme y a poner pretextos para no verme. Yo creía que estaba muy ocupado, como decía, que pronto reanudaríamos nuestra relación con mayor entusiasmo, hasta que ocurrió lo de hoy o más bien lo de ayer.

 Él, como dueño y gerente de la empresa,  nos había asegurado los recursos para la investigación de mi grupo y cuando estaba segura de que así lo anunciaría a todos, en la reunión anual de socios y empleados, nos enteramos de que había enviado una carta abierta, que fue leída en voz alta. En ella comunicaba, sin mayores explicaciones, la imposibilidad del financiamiento y la conclusión de toda relación de trabajo y cooperación con nuestro grupo. La noticia fue un balde de agua fría para todos y en especial para mis compañeros.  No sólo nos quedábamos sin ingresos para los próximos dos años, también suponía la ruptura definitiva conmigo. Sentí todas las miradas sobre mí, deseé que la tierra me tragara; por supuesto, todo era culpa mía, tambaleé un poco, me así de la mesa, agarré mi vaso y  lo vacié hasta la última gota.   

Nadie se atrevió a hablar, hasta mis compañeros enmudecieron y  salieron del local, sin siquiera hablarme. Ellos, sobre todo, me habían advertido de la inconveniencia de mi relación con el jefe. Pero yo no quise escucharlos, estaba ciega de amor.  

¿Por qué tuvo que hacerlo de esta forma? Si me lo hubiera dicho habría entendido, hubiera aceptado su determinación ¿Lo habría hecho? Por supuesto, él percibió, mejor que yo, que no sería una ruptura fácil y tomó esta decisión.  Los últimos días yo  había estado reclamando su ausencia y silencio, cuando no tenía ningún derecho para hacerlo. 

 Cuando salí del local bamboleándome, después de haber tomado unos tragos más, nadie me detuvo, sólo me alargaron la cartera y el abrigo que estaba dejando en la silla. Ya en la calle caminé y caminé, sin rumbo, durante varias horas hasta que llegué a ese desconocido, sucio y oscuro callejón.  

Ya aplacada mi angustia, después de llorar  y llorar, sentí brotar mi orgullo herido, hice un esfuerzo y me puse de pie; estaba amaneciendo y podía sentir los primeros rayos del sol en mi helada cara. Ya es un nuevo día –pensé- y seguí  caminando hacia la salida.    

(*) de Callejón de Salida, Olga Starzak, En el Umbral de los Encuentros, cuentos -
     

¿Por qué escribo?, de Alfredo Pita, escritor peruano

{ martes, 9 de noviembre de 2010 }
En otra época, joven e inexperimentado, hubiese tendido a responder con las fórmulas consabidas de que escribo para combatir a la muerte o para darle sentido a la vida, posturas éstas que son de poca ayuda frente a un asunto no tan sencillo.

Escribo porque, de todas las actividades que puedo realizar en forma más o menos correcta, es la única que me ayuda a encontrarme conmigo mismo, a explorar y utilizar una voz que, ambiciosa y humanamente, quisiera que sea mía, propia.

Escribo también porque a veces tengo la enorme ilusión, digo bien la ilusión, de que tengo algo que decir sobre la vida, la gente y las cosas, así como la grandísima pretensión de que, además de las ganas, tengo los medios para hacerlo.

Cuando era joven pensaba que solitarios son los actos del poeta, como ha dicho un poeta, pero con el tiempo he visto que no es así, que necesitamos de los demás. No puedo pretender sin embargo que escribo para los otros, pensando en los otros. No puedo atribuir a los demás mis combates con mis fantasmas y demonios, ni responsabilizar a nadie por los buenos o malos resultados.

Esto no quiere decir que no me guste que los otros aprecien lo que hago y que me den su amistad o me quieran o respeten por ello. Esto es humano también y cuando ello se da no sólo me pone sumamente contento sino que me alienta en mi trabajo.

Escribo, por último, para no seguir enredándome cada día con las mil historias que yo mismo me he prometido a través de los años y que no he culminado porque no he tenido el tiempo o la maña para hacerlo. La mayor parte de ellas duermen en cajones reales o en los de la memoria. Mi vida es un combate por poner en orden viejos apuntes que aspiran a ser historias, viejas historias que esperan ser cuentos o novelas, viejas novelas que quisieran verse cerradas de una vez por todas y tener un punto final.

Queísmo y Dequeísmo

{ jueves, 4 de noviembre de 2010 }



Cuando un verbo acepta sólo la pregunta ¿QUÉ? (¿qué pienso?, ¿qué dice?, ¿qué opinaron?), debe construirse con QUE: pienso que..., dice que..., opinaron que...
Cuando un verbo acepta sólo la pregunta ¿DE QUÉ? (¿de qué se convenció?, ¿de qué me persuadieron?), debe construirse con DE QUE: se convenció de que..., me persuadieron de que...
Cuando se pueden formular ambas preguntas (¿qué me aseguré? o ¿de qué me aseguré?; ¿qué dudo? o ¿de qué dudo?), se aceptan ambas construcciones: me aseguré que... o me aseguré de que...; dudo que... o dudo de que...

El microrrelato: una narración con identidad propia.

{ lunes, 25 de octubre de 2010 }

Como un punto definido en el universo literario surgen ya  en la Edad Media -sin nombres ni conceptualizaciones que aboguen o desvirtúen su existencia- los cuentos cortos, o cortísimos. Una construcción sintáctica que nace por la necesidad de lo conciso, y poco después nos seduce  por su compleción y nos inquieta por su vacuidad. Historias que carentes de medida, enumeración de palabras, frases o formas, responden a un único patrón: el del placer estético. Ese relato de pasión, muerte, condena, dolor o amor...  que ordena unas pocas acciones, menos personajes, un nudo disimulado y un desenlace que, aunque no explícito, se imagina; y envuelve al lector en el sagrado acto de emocionarse con la emoción ajena.
No quiero entrar, al menos no en esta breve referencia a los microrrelatos, en ninguna clasificación.  No importa si se trata de cuentos cortos, breves, brevísimos o minicuentos. Se trata de reconocer en ellos la esbeltez de la palabra, la magia de mostrar en un acto el  espectáculo, la osadía de dejarse llevar hacia lo desconocido, el desafío de descifrar lo no dicho, la virtud de elegir de qué modo hacerlo...
Ya  escribieron microrrelatos, en el siglo pasado, Ramón Gómez de Serna en España, Kafka en Alemania,  Huidobro en América... (hay quienes sostienen que lo son también las parábolas de Jesús). Sería una falta de consideración no mencionar a Monterroso, Borges o Cortázar; o no referirme a Anderson Imbert, a Shua, o Brasca...  Hay muchísimos y destacados  precursores y seguidores en el gran abanico que conforma esta innovación en el mundo de las letras.
 ¿Qué escritor -o quien intente serlo- no ensayó alguna vez con el cuento breve o la mini ficción? O no lo cautivó esa estructura acotada que se sucede con la fuerza descomunal del rayo, se desarrolla en la fugacidad y se  agota en el éxtasis?
¿Quién no se desafió, valiéndose solo de una intención, muchas veces de la agudeza, a veces de la parodia, en ocasiones de la ironía... a condensar en unas pocas líneas, la vida toda?
En lo personal creo que el microrrelato es a la prosa lo que el haiku es a la poesía. Su título cobra relevancia como en ningún otro género, y  la mayoría de las veces forma parte del contenido. Dice lo que puede y calla lo que quiere. Se vale tanto de la reflexión, del aforismo, la observación de la realidad, la imagen literaria o el  intertexto... No tiene límites imaginativos, no cae preso de ninguna temática. Y aunque  juega a definir su extensión (que es en el arte definir lo indefinible), el poema oriental tiene en su dimensión concreta, una norma que lo caracteriza. Pero ambos se valen de la brevedad para expresarse.
Ahora me pregunto, ¿hay acaso formas para que, recurriendo a las palabras, los hombres puedan manifestar sus infinitas emociones? Es entonces cuando es indispensable rendirle culto a las palabras en su multiplicidad de opciones, en su diversidad de géneros; y elegir siempre aquella con la que nos sintamos más identificados. Sin olvidar que, a veces, un silencio también cuenta una historia.
Pero eso es otro tema.

Olga Starzak

SUEÑOS BLANCOS, Carmen Larraburu, participante del taller

{ viernes, 15 de octubre de 2010 }

Me preparo para salir con  6  camellos blancos. Los observo  pastando en el jardín de Lila.  El día es espléndido. Los  camellos me miran con sus desorbitados ojos y no dejan de jadearme  en la cara. Me causa gracia y ternura.
Uno a uno los acaricio; ellos  se agachan,  de esta manera nos permiten  subir a su altísimo lomo.
En un instante forcejeo con el moisés, me cuesta introducirlo entre las jorobas del animal. Con dos cuerdas que van y vienen por la panza aseguro el viaje de la beba.  Desde el amanecer, ella continúa dormida
Otra de  mis hijas  no deja de tirarme de la pollera insistentemente.  Teme que la dejemos. Subo a Andrea y con un beso muy ruidoso me despido de ella.  La   coloco a caballito del animal.  Se queda tranquila mirando como ordenamos la salida.
Fernanda,  la hija del medio,  se alegra y juega entre las patas del camello.  En punta de pies,  con sus bracitos en alto,  pide que la suba. Así lo hago. Está  feliz,  saluda  ¡No sé a quién! Se despide ¡No sé de qué!  
Mi amiga Maria Isabel  está preparando los bolsos para acomodarlos en el camello más petiso de la manada. El color beige  del pelo  denota su extrema vejez. Sus largas pestañas blanquean  la luz del lugar,  así como el sol ilumina a la galaxia.
Los animales ya cargados con todas nosotras beben agua y se comen las últimas hojas de los ruibarbos. Los labios superiores divididos y movibles de estos mamíferos degluten las flores amarillas y verdes de las  plantas.
Uno de ellos, con una mueca horrible en la boca, da un escupitajo,   ahuyenta  a los sapos de la laguna. A la huida de los mismos miro  con placer como ondea el agua.
Nuevamente declinan su largo cuello para continuar con su alimentación. Nos  miramos con María Isabel y  sentimos  vértigo.  Seguimos aferradas a la joroba. Nos bambolean sus toscos  movimientos. Ellos  continúan con su pasividad, rumiando.
Olfatean el manantial de Huidoro. Pareciera que vamos a salir,   dan la media vuelta y escucho una voz llamándome. Es Lila.
—Elisa, Elisa…a las  niñas no les queda leche  para la tarde...
Desde lejos le respondo.
—Bueno Lila, voy a conseguirles. ¿Me cuidás a las nenas?
—¡Síííí!  —muy alegre responde ella.
Invito a Maria Isabel a que me acompañe. Comenzamos  tranquilas a  caminar  por las calles del pueblo.
Apenas avanzamos me  doy cuenta de que nos falta fluidez para  caminar. La noche es muy oscura, sin estrellas y sin luna. Me doy vuelta y veo que el patio de entrada de la casa de Lila  está envuelto en una iluminación increíble. Puedo  reconocer hasta el mínimo detalle de cada silueta. Pienso  ¿Qué extraño?
Llegamos con la leche al lugar. Los camellos y mis hijas no se encuentran  en el patio  de Lila.
Con desesperación comienzo  a andar el camino desandado, el mismo que habíamos utilizado para ir a comprar la leche. Se nos suma un conocido,   Juan Pedro,  dueño de un boliche llamado “El Americano”.   Recién había despachado a sus últimos clientes. El Señor  andaba de ronda.
Llegamos a la Comisaría y nos atendió un señor peinado de costado,  el pelo castaño claro, con una gruesa cicatriz en el pómulo izquierdo.  Nos recibe, muy sonriente, en su despacho.
Llegado  hace unos días al pueblo,  se presenta y nos dice que es el  nuevo  comisario.
Le comentamos lo ocurrido, y el señor muy amable, se acerca y   me abraza 
—Señora, sus hijas se encuentran muy bien y la están  esperando en casa. Vaya,  allí están.
Sin consuelo le respondo
—No puede ser señor. ¿Cómo van a llegar hasta allí? Si la noche es muy oscura y hasta cuesta caminar por las  calles y veredas desdibujadas.
Continúo con el diálogo
—Los camellos no están y mis hijas son muy chicas para darse cuenta de lo que tienen que hacer, temo lo peor señor, no volverlas a ver.  
El comisario  insistió varias veces, repitiendo la misma frase. Era tanta su seguridad que pensé que querría deshacerse de nosotros
Retomo el camino con mis amigos, a duras penas pudimos llegar hasta la puerta de mi casa. Introduzco  la llave en la cerradura ¡Vaya sorpresa! A toda música, color, brillos, sonrisas, alegrías, el moisés y la beba se encuentran  en el medio de la cocina, las otras dos hijas juegan  alegremente con el comisario del pueblo. El señor Cendra.
—¿No le dije, señora? ¡Sus hijas están  en resguardo…!









La última noche, de Marcela Redondo Moreno, participante del taller

{ viernes, 1 de octubre de 2010 }



“Cuando acabé de leer ese artículo por primera vez, dije para mis adentros: esta es la historia más horrible que he leído en la vida”.  Era de madrugada, hacía dos días que una gran tormenta no cesaba y yo sola en casa… ¡Maldición! Sería una larga noche.

Es que algo no encajaba. Cómo podría ser posible que si hacía casi ya un año que vivía en este departamento, no había encontrado esa nota antes. Sería entonces una sucesión de coincidencias.
 Probablemente había limpiado esa mesita unas doscientas veces, pero hoy con el punzante dolor que indujo la astilla en mi dedo gordo, no pude evitar darle un golpe que provocó la ruptura de uno de sus cajones, dejando al descubierto este macabro mensaje que había sido ocultado con precisión entre las dos gavetas principales.
Quizás debería llamar a la policía…

Haber leído las últimas palabras de esta persona, a segundos de su muerte, erizó todos los vellos de mi nuca. Me conmovía pensar en esa desesperada tarea de escribir lo primero que se les cruzara por la mente, antes de terminar con sus vidas.
El mensaje era poco legible y la hoja estaba en pésimas condiciones, se notaba que un mar de lágrimas había caído sobre la misma.

La densa tensión que se había creado en mi living fue salvajemente cortada por un imponente trueno. Con la torpeza que caracteriza al terror, corrí al teléfono para llamar a la policía pero… un frío sudor se deslizó por mi  frente al percatarme de que las líneas estaban cortadas. Presa del pánico caminé hacia la ventana para observar la tormenta que se acrecentaba ante mí.

Dediqué mi atención otra vez a la carta empapada entre mis húmedas manos.  La estiré con delicadeza y noté que la letra era todavía más borrosa, sólo algunas palabras eran legibles; miedo, final, dolor, muerte, y siempre te voy a amar Rebeca…
Finalmente me di cuenta de que esta carta tenía un destinatario y que posiblemente había sido escondida para que éste la encontrara.

No sé cuánto tiempo estuve sentada en el sofá, poseída por una gran cantidad de pensamientos y teorías que me llevaban a raras conclusiones de lo que podría haber ocurrido. ¿Por qué Sofía no había tratado de huir antes de que su madre la matara? ¿Se sentiría culpable por algo y creería que era justo? Quizás Rebeca, ahora sentada al lado de su abuela, no sospechaba que estaba junto a la asesina de su mamá.

La tenue luz del amanecer inundó mi sala y yo desperté del estado en el que estaba sumergida. La tormenta había cesado para dejar lugar a una fresca mañana.
Abrí las ventanas e inspiré con amargura y dolor la gentil brisa de ese nuevo día.

Sólo había algo que podría hacer. Descolgué el teléfono y percibí que otra vez tenía tono. Llamé a la inmobiliaria pidiendo información de la anterior inquilina, pero una impasible voz  me explicó que era confidencial.  Logré convencerla al comentarle que tenía algo que le pertenecía a Sofía. Al fin me concedió los datos, pero sin dejar de advertirme que tal vez no la encontraría, pues no habían recibido el departamento de parte de ella, sino de su preocupada madre indicando que su hija se había marchado en un viaje de negocios y que no regresaría en un buen tiempo.

¡Qué astuta fue esta mujer! Había llevado a cabo su plan sin que nadie sospechara. Debería llamar a  la policía; tenían que intervenir, ¿qué iba a poder hacer yo sola frente a una asesina?
Me sentía un poco más animada ocupándome de  que esta joven tuviera por fin justicia.
 Volví al teléfono pero esta vez me encontré con una voz más clara e imponente
—Policía, buenos días.
—Hola, necesito hablar con algún detective, encontré evidencias de un asesinato.
—Dígame su nombre y dirección, por favor.
—Belén Torres, y vivo en la calle 5 al 2100 —Sentí como si mi pecho se inflara, quizás por los nervios o el orgullo que esto ameritaba. 
—Muy bien, en aproximadamente una hora, dos detectives se acercarán a su domicilio.

Una hora, ideal para una ducha; estaba toda transpirada después de la agitada noche que había vivido. Y sin duda, me esperaba un largo día.

Limpié parte del espejo todavía empañado y observe mis ojeras, estaban muy pronunciadas.  Mientras las ocultaba con corrector, alguien llamó a la puerta. ¡Demonios!  Ya habían llegado. Me apresuré a vestirme gritando que no tardaría en atender.
 Corrí a la puerta y  miré con cierta dificultad por el visor: una señora que parecía tener una canasta, tal vez era esa nueva vecina que se había mudado.
Abrí espontáneamente y entendí que había sido un grave error.

(*) Paul Auster, en La noche del Oráculo

Corrección del mal uso de algunas preposiciones.

{ domingo, 19 de septiembre de 2010 }
   
Incorrecto Correcto Incorrecto Correcto
De acuerdo a tu pedido De acuerdo con tu pedido Es diferente a tu gato Es diferente de tu gato
Bajo un pie de igualdad Sobre un pie de igualdad Sentarse en la mesa Sentarse a la mesa
Cuestión a resolver Cuestión por resolver Voy del médico Voy al médico
Sueldos a cobrar Sueldos por cobrar Disiento con usted Disiento de usted
Cartas a contestar Cartas por contestar Bajo esa base pactaron Sobre esa base pactaron
Bajo ese punto de vista Desde ese punto de vista Quedamos de que iría Quedamos en que iría
Empapado de lágrimas Empapado con lágrimas Cocina a gas Cocina de gas
Habló delante mío Habló delante de mí Estaba cerca nuestro Estaba cerca de nosotros
Hojeó al libro Hojeó el libro Ocurrió de casualidad Ocurrió por casualidad


        Dequeísmo y queísmo.    


Cuando un verbo acepta sólo la pregunta ¿QUÉ? (¿qué pienso?, ¿qué dice?, ¿qué opinaron?), debe construirse con QUE: pienso que..., dice que..., opinaron que...
Cuando un verbo acepta sólo la pregunta ¿DE QUÉ? (¿de qué se convenció?, ¿de qué me persuadieron?), debe construirse con DE QUE: se convenció de que..., me persuadieron de que...
Cuando se pueden formular ambas preguntas (¿qué me aseguré? o ¿de qué me aseguré?; ¿qué dudo? o ¿de qué dudo?), se aceptan ambas construcciones: me aseguré que... o me aseguré de que...; dudo que... o dudo de que...
   

    Uso correcto de algunos adverbios    Uso correcto de algunos adverbios.    


Los adverbios PURO, MEDIO, MEJOR y PEOR son invariables.
Correcto: Está medio fatigada. Incorrecto: Está media fatigada.
Correcto: Lo hizo de puro tonta. Incorrecto: Lo hizo de pura tonta.
El adverbio DESPACIO significa "lentamente", no "en voz baja".
Correcto: Hablar en voz baja. Incorrecto: Hablar despacio.
El adverbio HOY hace referencia al día en que se vive, no a un momento de él.
Los adverbios ADELANTE, ATRÁS, ABAJO, ADENTRO, AFUERA no admiten complemento
Los adverbios DELANTE, DETRÁS, CERCA, DEBAJO, FUERA admiten complemento.
El adverbio MÁS va pospuesto a NADIE y NADA.






Uso correcto del gerundio.
   


En frases verbales, el gerundio se utiliza para dar idea de duración o continuidad de la acción, o para expresar inmovilidad.

Sigue lloviendo.
Se quedaron esperando la respuesta.
Los legisladores están discutiendo aún el proyecto.


Cuando funciona como adverbio, puede utilizarse para indicar un acción simultánea o inmediatamente anterior a la del verbo principal.

La carreta va relinchando.
Mirando las noticias hallé tu nombre.
Caminando por el barrio se encontró con un amigo.


Utilizar el gerundio para dar idea de posterioridad o consecuencia es incorrecto.

Incorrecto: Cortázar viaja a Francia, muriendo en ese país años después.
Correcto: Cortázar viaja a Francia y muere en ese país años después.
   

La lectura y los jóvenes

{ jueves, 9 de septiembre de 2010 }
La palabra es el puente que nos permite transitar el camino hacia la libertad. Una libertad que nacerá desde el interior de cada ser, pero que la lectura alimenta para que crezca, ande, se fortalezca y adquiera alas. Es en el hacer cotidiano donde todo aquello que incorporamos a través de la lectura, cobra relevancia; porque leer es una actitud de vida, es buscar respuestas, es sumergirse en mundos creados por otros y hacerlos propios; es animarlos y enriquecerlos. Es navegar en aguas cálidas y tranquilas, o frías y turbulentas, pero saber que la costa está allí... al alcance, y que se puede recurrir a ella con sólo cerrar el libro que se sostiene entre las manos.
Leer es la posibilidad de tomar decisiones.
Cuando nuestros ojos recorren ansiosos, azorados, enternecidos o agobiados las líneas de una página escrita, se abren mundos infinitos, mundos que crea el mismo lector. Aquel que se permite vivir las experiencias más variadas, muchas similares a las que acontecen en la realidad.
Leer es alzarse en vuelo y recorrer el universo, regresar... Buscar nuevas respuestas y ¡volver a volar!
Los adultos debiéramos abrirles a los jóvenes, si es que alguien no lo ha hecho en su temprana edad, el excitante mundo que conlleva al placer por la lectura. Brindarles la oportunidad de descubrirlo a partir de experiencias nuevas y recreativas, ayudarlos a traspasar el umbral impuesto por una formación académica que –muchas veces– ha hecho del acto lector un ejercicio sacrificado o forzoso. Para ello es necesario darle la posibilidad de optar, enfrentarlo al propio interés, hacerlo voluntaria y reflexivamente. Esa es tarea de los docentes: tender puentes, abrir los caminos, acercar el mundo literario con herramientas que despierten el deseo de ser usadas. Si le damos a un adolescente un capítulo cualquiera del “Don Quijote de la Mancha” y además les hacemos subrayar las ideas principales, hacer una síntesis de lo que pretendió decirnos Cervantes y relacionarla con su escenario geográfico, terminará aborreciéndolo, y correremos el riesgo de que ya nunca más muestre interés en leer la obra maestra de la Literatura Española. Claro, este es sólo un ejemplo, al igual que los cuentos de Edgar Allan Poe, o muchísimos de Cortázar, nos garantizarían el interés del joven. ¿Por qué entonces no tener presente, antes de elegir el material de lectura que le ofreceremos, cuál es la etapa evolutiva por la que atraviesa, cuáles son sus intereses, cuáles sus necesidades inmediatas?
Es necesario desechar la tendencia de abordar la lectura desde un enfoque exclusivamente comunicacional, la idea del libro como depósito de información, el concepto de texto utilizado con fines meramente didácticos. Es imprescindible permitirles descubrir cuánto les gusta leer, o cuánto les gusta escribir. Al cabo de poco tiempo comprobarán que, a través del entrenamiento espontáneo, sistemático y placentero, su expresión oral y su expresión escrita han ejercitado modificaciones significativas y consecuentes. Y como si eso no bastara –por sí mismo–, también habrán experimentado un crecimiento personal y cultural, habrán reorganizado su universo simbólico y encontrado nuevas formas de involucrarse en el entramado social.
Y como la lectura no se puede pensar descontextualizada del acervo cultural de una sociedad, las escuelas y las bibliotecas, y la familias y la comunidad escolar toda, si se comprometen con la juventud en este sentido, sentirán el impacto de ser partícipe del mágico mundo de la palabra.
Nadie sale indiferente de la experiencia de leer.
Olga Starzak