El acto de escribir y sus efectos terapéuticos

{ domingo, 25 de julio de 2010 }


Innumerables libros de literatura muestran la necesidad emocional de sus autores de traducir en palabras sus propias vivencias, o referirse al variado abanico de los conflictos existenciales. Citar ejemplos sería interminable. Por recordar solo algunos pensemos en Miguel de Cervantes en El Quijote de la Mancha, Thomas Mann en  La Montaña mágica,  Francisco Umbral en Mortal y rosa, Enrique Vila-Matas en Doctor Pasavento, Orhan Pamuk en Estambul.
Se conocen -porque se ha teorizado mucho sobre el tema- los efectos terapéuticos de la escritura. Cualquiera persona que lo haya experimentado podría corroborarlo.  Es sabido y vale recordar que las situaciones emocionales conflictivas (dramáticas, dolorosas, traumáticas...), guardadas tal un cofre de malos recuerdos producen dolor, desazón, miedo y hasta enfermedad en quienes no quieren o no encuentran el camino para dejarlas andar... y verlas alejarse. El acto de escribir se constituye en sí mismo un sendero propicio: una carta de amor, una de perdón, otra de confesión o aquella de bronca desata sin más el nudo que estuvo allí en nuestro estómago, acuciante, o la opresión que en el pecho nos impedía respirar con holgura. Los mismos resultados puede lograr una reflexión hecha texto, un temor expresado en palabras, la narración escrita de una circunstancia, la crónica de un hecho que nos tuvo por testigos... La “escritura confesional” como método curativo es también una claro ejemplo de esto. Pero no quiero ahondar en un tópico que es facultad de los profesionales de la psicología. Sí quiero referirme al  hecho de escribir Literatura. Pensando en lo expresado anteriormente no es difícil entender que  tenga los mismos resultados sanativos;  no solo para quien la produce, sino también para quien la lee.
El escritor, aunque de manera inconsciente, habla a través de sus personajes. Se ponen en juego sus propias actitudes, su historia personal, sus miradas sobre la vida, sus valores, sus  emociones... Juega a desafiarlas, se convierte en la mejor de las personas, o en la peor... A libre albedrío elige el placer, el dolor, la violencia o la hipocresía. No lo hace siempre adrede, lo hace signado por la condición humana y las múltiples facetas del género. Y provoca en el lector los mismos efectos. Quien lee, como quien escribe, se somete espontánea y libremente -por deseo o por necesidad emocional- a una acción terapéutica en donde casi siempre está solo. Allí no debe exponerse a la mirada, a veces rigurosa, de ningún testigo, en su soledad puede mirarse a sí mismo y hasta sentirse acompañado, ya sea en su debilidad como en su fortaleza.
Es a partir de las palabras donde pueden producirse  momentos catárticos muy significativos,  es posible transitar senderos prohibidos sin ser visto,  gozar con el goce de otros sin comprometerse ni comprometerlos,  desnudar para siempre aquello que se ocultó con ansia. Es a partir de las palabras donde puede llorarse por el dolor ajeno sin ser consciente de que se llora por uno mismo.
No son exclusivamente las vivencias, los sentimientos o las emociones de los personajes los que producen efectos terapéuticos, son también el tratamiento de los tiempos y los espacios, sean estos reales o ficticios, del pasado o del futuro. Tan inciertos como posibles. Porque la condición humana tiene tanto o más de misterio que de realidad concreta,  y subyace en el ser la búsqueda permanente de encontrar las respuestas más balsámicas al problema existencial.
Creo, en lo personal, que hay para cada uno de nosotros una gama de opciones factibles de poner en práctica, sin necesidad de ser escritor, ni mucho más,  ni mucho menos.
A quienes nos gusta hacer literatura encontraremos alivio en nuestro espíritu a través de la poesía (género privilegiado a la hora de soltar las emociones), el cuento, la novela, la historia novelada... ¡Ni hablar de quienes escriben biografías! Otros lo harán a través de textos ensayistas, no ajenos a esta posibilidad. Y los más -y entre ellos todos-  dejando caer en la hoja  (o soltándolas como quien desenrosca el hilo para que vuele y vuele un barrilete) aquello que pugna por salir... ya sea  a modo de reflexión,  carta,  confesión,  monólogo o crónica.
En fin... las palabras: un psicoterapeuta al alcance, y al servicio de todos.

Olga Starzak

Marco Antonini. Periodista… de Celia María Soto Payva, participante del Taller

{ sábado, 17 de julio de 2010 }



Observé el libro rojo con las letras negras y el nombre de Marco a través del vidrio de la librería Arte. Decidida, entré al negocio y busqué en los estantes la obra del periodista que regresaba a la ciudad con su producción literaria.
La foto de Marco me advertía que había pasado el tiempo… Una década representaba una ausencia considerable para quienes habíamos compartido con él amistad y trabajo, conversaciones intensas.
El rostro de Marco denotaba huellas profundas… Arrugas, la frente despejada, los ojos oscuros, la misma mirada inflexible queriendo traspasar los límites de los otros; a veces  la de invitados poderosos y polémicos en encendidos debates.
Reparé en la barba blanca, tupida y los cabellos canosos, lacios –casi largos- conservando  un estilo. Era indudablemente un señor elegante y pulcro, de mediana estatura.
Su historia personal apenas conocida: casado, divorciado, sin hijos. Un hombre solo…
Todavía recuerdo su perfume. Sentíamos la fragancia de Kenzo quedarse por horas en el estudio mayor de la radio. Seguramente, el periodista era afortunado con el sexo opuesto.
Por su profesión, Marco viajaba constantemente. Países diferentes, lugares extraños, investigaba la geografía de la pobreza. Austero en sus apreciaciones, a veces severo para diagnosticar sobre las políticas que se implementaban con gentes abusadas en sus derechos humanos… Defendía la libertad como esencia primera del Ser. Denunciaba los desatinos cometidos contra las mujeres por razones religiosas, el hambre de los niños, los campos de concentración que existían en nuestro mundo globalizado por pensar diferente o por el color de la piel.
Marco transitaba la mitad de su vida. Estaba convencido de que un día caerían los muros de la ignorancia. La historia de las comunicaciones había cambiado a partir de los años noventa y la transformación tecnológica se instalaba en casi todos los lugares de la tierra. Marco buscaba en la nueva crónica periodística interactuar con el oyente, transmitir su pensamiento. Opinaba con vehemencia desde el micrófono. La mayoría de las veces él sostenía la evolución de la vida humana en el conocimiento, en el  esfuerzo y la voluntad. El significado de la vida para el periodista era la trascendencia y no la tragedia.  Reconocía que la sociedad tenía fisuras, crisis fundamentales en la manera de ser y de pensar, principios y valores que se desgajaban inevitablemente. Él ofrecía  un mensaje positivo a las personas. Creía en la permanencia, el equilibrio, la búsqueda más profunda de las cosas para dejar de lado lo ilusorio, lo oculto y revisar lo consagrado. Para penetrar en lo universal.
El libro de Marco se presentaría en el mes de mayo. 
Evidentemente, comprendería textos impregnados de mensajes sobre la dignidad humana. Sobre los milagros realizados (positivos o negativos) por el hombre en los último cien años, más allá de los resultados que pueden asombrarnos o atemorizarnos. Compré su libro con esperanza.
Mientras caminaba por la peatonal reflexionaba que la creatividad es un bien de todos, a veces un misterio que no tiene barreras. Puntos de referencia para una sociedad en conflicto que necesita valores perdurables, desechar el doble mensaje “Algunos pueden; nosotros no.” Encontrar el camino de lo simple, lo puro, lo auténtico… Tenía certeza, la creatividad de Marco volará en las páginas con gracia, esfuerzo y audacia en un mundo que sólo cree en beneficios materiales.
Marco Antonini. Periodista. Escritor… De regreso a la ciudad.

Celia María Soto Payva reside en Santiago del Estero, Argentina

LA INSPIRACIÓN, ESA MUSA QUE HABITA EN NOSOTROS

{ sábado, 10 de julio de 2010 }

Sabido es que el concepto de inspiración poética se origina en la creencia que el artista es elevado a la divinidad, transportado a un estado de éxtasis, que aún sin talento, una fuerza sobrenatural actúa “dictándole” palabras, frases, versos… y –claro está- los mismos no son obra de su propia mente, sino del dios que se ha apropiado de su consciencia.


Así las musas y también algunos dioses eran invocados, a través de plegarias,  por los griegos primero y los romanos después, para acceder a ese estado de encantamiento donde, como a borbotones, surgirían las odas más exquisitas, o los versos más románticos.


Talento, formación, destreza, técnica, motivación… no estaban entonces en juego, y el inspirado, entregado a las musas –tal como si estuviera en proceso hipnótico- delegaba en esa fuerza sensorial el goce por sus hechos creativos.


La idea persiste hoy en día aún cuando seamos conscientes de que, a la hora de la producción literaria, devenimos en únicos responsables de lo que nuestras manos van grabando en la hoja. Ahora bien, veamos cuáles son los factores intervinientes  en esa expresión. Desde mi punto de vista, ninguno es tan importante como la sensibilidad: el sentir del hombre que entregado a las pasiones, sumido en el dolor, extenuado de amor o herido por la impotencia da rienda suelta a su imaginación y deja caer las palabras en boca de aquellos personajes que nacidos o no de su creación le ofrecen un alivio sumamente placentero, actuando a veces de manera catártica.


No es sólo la sensibilidad. Obran también el estado mental y el anímico haciendo que aquella motivación aparezca y logre que las palabras besen la hoja, la acaricien sin premura, canten al compás de una melodía o bien sean escupidas, o hasta vomitadas. En ese sentido el motor que posibilita crear es la emoción por la que se transite.


Hasta el momento pareciera, entonces, que cualquier ser humano estaría en condiciones de escribir literatura. Sin embargo la diferencia estará dada por su  talento: esa capacidad innata que le brinda a una persona, con mucho menos esfuerzo que otra, la  facilidad para desarrollar una determinada disciplina.


El talento será alimentado por las experiencias de vida, sean estas personales o colectivas. Se traten de las almacenadas en los primeros años, en los tiempos escolares, en los procesos de crecimiento y desarrollo o las que –con mucha mayor conciencia- vamos eligiendo a veces y en muchas otras,  nos enfrenta la vida.


La sociedad de la que el escritor forma parte en el tiempo que le ha sido dada la existencia,  y el espacio geográfico que habita (o donde ha pasado gran parte de la vida) tienen así ascendencia sobre cómo esa aptitud va delineando formas diferentes a la hora de escribir.


Es aquí donde resulta necesario dedicarle un párrafo a la destreza. Aquella que le permite encontrar las palabras justas, las que cumplen con el fin propuesto, las  alineadas de tal manera que dicen exactamente lo que  pretende; las palabras que, como un juego laberíntico, están ubicadas en el sitio propicio para seguir andando el camino.


No menos importante es el estilo. Ese recurso estilístico que el escritor, a conciencia o no, imprime en sus textos y de algún modo lo caracterizan. En relación a este último concepto creo que quien reúne todas las características señaladas en los párrafos precedentes, no está limitado a un único estilo sino en condiciones de asumir distintos. El estilo irá variando, modificándose o adaptándose al texto que  va produciendo.


 Y entonces… la musa inspiradora, ¿dónde está? ¿En la divinidad o en la mente del ser humano?


 En el alma. Yo creo que en el alma de cada hombre que escribe, que tiene algo que decir, que desea proclamarse.


¡Busquémosla allí!


Olga Starzak

EL TEXTO LITERARIO, UN DESAFÍO

{ sábado, 3 de julio de 2010 }


Leamos de la mano del maestro Juan Rulfo, lo que significa crear para un escritor:

(…) “Somos mentirosos; todo escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia: ahora, yo le tengo temor a la hoja en blanco, y sobre todo al lápiz, porque yo escribo a mano; pero quiero decir, más o menos, cuáles son mis procedimientos en una forma muy personal. Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar que si uno entra en la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha oído, está haciendo historia, reportaje.
A mí me han criticado mucho mis paisanos que cuento mentiras, que no hago historia, o que todo lo que platico o escribo, dicen, nunca ha sucedido y es así. Para mí lo primero es la imaginación; dentro de esos tres puntos de apoyo de que hablábamos antes está la imaginación circulando; la imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse. Así aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva a uno a pensar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura. Concretando, se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer: el trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la literatura, y esa soledad lo lleva a uno a convertirse en una especie de medium de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar. Ahora, hay otro elemento, otra cosa muy importante también que es el querer contar algo sobre ciertos temas; sabemos perfectamente que no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no hay más temas, así es que para captar su desarrollo normal, hay que saber cómo tratarlos, qué forma darles; no repetir lo que han dicho otros. Entonces, el tratamiento que se le da a un cuento nos lleva, aunque el tema se haya tratado infinitamente, a decir las cosas de otro modo; estamos contando lo mismo que han contado desde Virgilio hasta no sé quienes más, los chinos o quien sea. Mas hay que buscar el fundamento, la forma de tratar el tema, y creo que dentro de la creación literaria, la forma -la llaman la forma literaria- es la que rige, la que provoca que una historia tenga interés y llame la atención a los demás.
 Conforme se publica un cuento o un libro, ese libro está muerto; el autor no vuelve a pensar en él. Antes, en cambio, si no está completamente terminado, aquello le da vueltas en la cabeza constantemente: el tema sigue rondando hasta que uno se da cuenta, por experiencia propia, de que no está concluido, de que algo se ha quedado dentro; entonces hay que volver a iniciar la historia, hay que ver dónde está la falla, hay que ver cuál es el personaje que no se movió por sí mismo. En mi caso personal, tengo la característica de eliminarme de la historia, nunca cuento un cuento en que haya experiencias personales o que haya algo autobiográfico o que yo haya visto u oído, siempre tengo que imaginarlo o recrearlo, si acaso hay un punto de apoyo. Ése es el misterio, la creación literaria es misteriosa, y uno llega a la conclusión de que si el personaje no funciona, y el autor tiene que ayudarle a sobrevivir; entonces falla inmediatamente. Estoy hablando de cosas elementales, ustedes deben perdonarme, pero mis experiencias han sido éstas, nunca he relatado nada que haya sucedido; mis bases son la intuición y, dentro de eso, ha surgido lo que es ajeno al autor. El problema, como les decía antes, es encontrar el tema, el personaje y qué va a decir y qué va a hacer ese personaje, cómo va a adquirir vida. En cuanto el personaje es forzado por el autor, inmediatamente se mete en un callejón sin salida”. (…)

De, El desafío de la Creación en Toda la Obra - Juan Rulfo- Edición Crítica- Claude Fell, coordinador.